viernes, 24 de mayo de 2024

El meollo del asunto


Hay un peligro, hay en mí una tendencia: creerme más comprador que creador. Profundizo: una vez empiezo a trabajar y a recibir mis honorarios, se despierta en mí un ánimo de compra, de saldar los antojos con los que quedé, y los que surgen. Tal vez sea una respuesta a estímulos, pero la publicidad anima a crear solo luego de pagar un arancel: "Pinta, niño, pinta" (...no sin antes conseguir un largo paquete de colores). Ante esto, el punk, o el grunge, o la sensatez, llegan a manera de viejo adagio: no hay que esperar a tener para empezar a hacer; hay que ser y hacer, y ese será el principal tener. De manera similar, insinúa el católico: ¿en qué tesoro está tu corazón? Y como los vínculos son sobre todo caminos, las formas dejan de invocar el contenido: un bajo no es la melodía ni ese sonido que le permitirá aflorar a mi ser; comprar y comprar libros no es estar en ninguna medida próximo a haber desentrañado su sentido o un sentido (quizá augure todo lo contrario). El vahído es hondo cuando recuerdo que todo lo que he necesitado, la mayoría me ha sido gratuitamente concedido. La afición a comprar ropa es otro síntoma de mis complejos, riesgoso, grave: ¿cuántas veces he querido renunciar a mí mismo, dejar de crear para trabajar más y obtener así más dinero con qué comprar,  solo por mi afición a estrenar? Y es que, en ese estrén, ¿qué me estoy permitiendo, al fin, declarar, satisfacer?