Hace años, la ruptura sucedió cuando ella me dijo: "yo te amo, pero de amor no se vive".
En ese momento, como una chispa reflejada sobre un charco de lluvia tornasolado por la gasolina, descubrí mi religión: el amor. En mi experiencia, de un modo muy sencillo, sin reflexiones artificiosas, logro evidenciar que no solo de amor se vive, sino que, además, únicamente se vive de amor. Puedo ser estricto y decir: "solo de amor se pervive", y sí, en el fondo ese es el sentido: solo por amor se sigue, y es que vivir no solo es gozadera. El amor, esa fuente inagotable, a veces fetiche, a veces parásito del deseo (como lo cantó María Mercedes), funciona en mi vida como una autoridad. El amor me exige, el amor me reta, el amor me sustenta. Y en este punto comprendo lo chocante que puede ser esta palabra, lo molesta, y aún así, ágilmente, persisto sin miedo: el amor, l'amour, amore, yaabil, tyzynzuka, liebe, ai, love. Tantos sonidos, tanta monería burlona e inofensiva. En estos días escuché decir a un entrenador de animales que la naturaleza es viciosa, y que, por ese calzado, en la naturaleza, la autoridad da tranquilidad. El perro, el gato, el caballo se tornarán intranquilos cuando esa figura de autoridad desaparezca o se torne debil. En mi caso, apuntando a Epicteto, quizá a manera de decisión espontánea, abandoné el relativismo que esconde una pregunta detrás de cada pregunta, y opté por ser esclavo y así alcanzar mi libertad: concebir el amor como autoridad me tranquiliza. Y ahora es inevitable resbalar y preguntar, ¿pero qué es el amor? Responder "no sé" quizá no solo sea una evasión, sino también una muestra de amor: lo experimento sin necesidad de domarlo con la razón. El amor, l'amour, amore, yaabil, tyzynzuka, liebe, ai, love. Como el talento, un interés que se cultiva.