Gracias a Juan F.,
nuestro maestro amigo.
¿Qué debo ser y hacer para sentirme seguro en un escenario? Esa es la
pregunta de mi hoy. ¿En qué baso mi seguridad? Antes me concentraba solamente
en el hecho de tener una idea, pero luego dejé de sentir que una idea, algo por
decir, era suficiente para justificar mi presencia en el escenario. Esta era
importante, sí, pero no por el hecho de tener algo por decir me sentía seguro. Quise
resolverlo desde lo menos esencial (lo menos comprometedor): guitarras bonitas,
ropa bonita, luces bonitas, peinados bonitos, enfrentándome así a otra
realidad: todo eso bonito en mí se veía feo. Impropio. Irrealizable.
Pretensioso. Y más porque algunas de esas guitarras ni siquiera eran mías. O
nuestras (o de la banda… que sólo somos mi hermano y yo). En febrero todo
cambió: la vida familiar, las guitarras, las posibilidades, las intenciones. Ya
no queríamos nada que no fuera esencial. Y ante la pregunta por algo que no es,
surge el afán por reconocer lo que es.
Ya no me puedo esconder detrás de una guitarra. Ya no me puedo
esconder detrás de riffs y solos que no llevan a nada. En ambigüedades sonoras
sin pulso, inarmónicas. Y está bien que la música para mí sea un suceso, un
accidente afortunado, un jam, un panorama sonoro que nos indica que todo fluye
de manera constante, que la vida es un río y que nosotros somos la fauna que lo
habita, llevando dentro de nosotros otra fauna, otra flora y otro río. Pero al
menos es importante conocer la música, aceptar que pisar un pedal de distorsión
no es la única forma de darle fuerza a una sección. Ensayar me da seguridad.
Pero, ¿ensayar qué? ¿Las mismas canciones que compuse y nunca ordené, dejándolas
así tal vez porque tuve afán de terminarlas o por mi necesidad ridícula de “ver
quién me está hablando” o por algún otro misterio de la distracción? Recuerdo
la frase de mi primo Franco: “si uno toda la semana ensaya: dos más dos es
cinco, dos más dos es cinco, dos más dos en cinco, y si para el día de la
prueba nadie te ha dicho que dos más dos es cuatro, todo ese ensayo fue en
vano”. Por eso exigirme me da seguridad. Componer bien me da seguridad. Y para
mí componer bien es saber extraer el jugo del alma de cierta vivencia y ser
capaz de envasarlo en una canción, y siendo así sé que eso se puede lograr sin
papel, lápiz y guitarra, porque la melodía son fotogramas de la corriente
cósmica que somos. No necesitamos un delay, necesitamos acordes espumosos y
afilados y juguetones. No necesitamos de más artificios sino de la precisión
que demuestra fuerza. De un ritmo que sea verbo. Del uso del silencio. De
escuchar. Michael Jackson componía bailando en un árbol. Escalona, bajo la
descansada sombra de algún cultivo.
¿Y mi cuerpo? ¿qué pasó con mi cuerpo? Mido lo que mido: ¿por qué
encorvarme? Hago demasiados gestos: ¿cuáles son necesarios para emitir el
sonido? No se trata de cumplir con un deber ser, sino ser. Ser sin diseñarse. Dejar
de ser un mal imitador. Encontrar el ritmo propio y probarse en escena.
Nijinsky marcó a Mick Jagger y Mick encontró sus propios pasos.
En tiempos de inundación electro pop y aparente recesión intelectual, ambiciono lo esencial en todo lo que hago y al
menos estar en esa búsqueda me hace sentir más seguro.
Amo las imágenes de Michael Jackson bailando en un árbol, de Escalona escribiendo bajo la descansada sombra, de Juanse escribiendo entre libros, o en medio de la carretera para Río Sucio. Y de Juanse y Fede saltando de un muro blanco, livianos y felices.
ResponderEliminartambién el ejercicio de abandonar la seguridad. ¿para qué ser seguro? ¿por qué serlo?
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