La alegría del privilegio de ser
sexuado es interrumpida por la manipulación, la avaricia y los temores ajenos.
Ejercer la sexualidad, no a través de la masturbación, sino con alguien, en mi
vida, pareciera estar destinado a ser una negociación entre dos entes interesados
en la acumulación y la aseguración de capital. Ya no hay soltura, desinterés,
placer por placer; no. He vuelto a caer en ese estado que tanto evité: tener
que cumplir con toda una serie de desgastantes y empobrecedores protocolos que
ninguna relación tienen con la seducción. Son sólo negocios. El sexo ha vuelto
a serme temor. Limosna. Una moneda con la que me pagan; a mí, hombre
enamoradizo, tan sexual y necesitado como todos, menos estratégico y perverso
que esa gran mayoría en la que me gusta perderme, soñarme, regocijarme. Si tan
sólo mi sangre se enfriara un poco… si tan sólo me bastara con la contemplación
y no sintiera el gusto derretirse en mi boca, en mi pecho como una mancha caliente
y, similar a una punzada, en mi periné.
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