sábado, 13 de julio de 2024

Leer La Vorágine en medio de una

 

Es usual que a La Vorágine se le llame "La Odisea colombiana", o la Ilíada, o la Eneida. Es entendible: se inscribe en la misma tradición del periplo, de la desventura, de lo trágico, lo fatal y lo episódico. No obstante, para mí, esta novela, entre tanto, logra lo genial: anuncia a Colombia desde el clasismo y la explotación, sumiendo al lector en el devaneo enfermizo que experimentan, que sufren los autoproclamados civilizados, dentro de la jungla. Además, relata la naturaleza inmensurable de la geografía de la nación; declara la derrota dentro del triunfo; dibuja cada uno de los surcos de dolores, y describe en acciones el hecho de que ser colombiano sea, principalmente, un acto de fe. En lo técnico, la estructura es avasalladora. El cambio de tiempo que facilita el diario como género (primero relatando pasados; luego, presentes) nos impulsa al cierre, a la conclusión vertiginosa que no será sorpresa. Alguna vez, hace muchos años, el profe Jairo Alarcón la definió como la mejor novela colombiana; yo no me atrevo a decir que lo sea, pero sí digo que, dadas las condiciones de la actualidad, las necesidades humanas del momento, La Vorágine es una de las mejores novelas de la literatura universal.

viernes, 5 de julio de 2024

Un método más útil

 


Este blog me ha servido para recordar aquellas elucubraciones que, en algún impulso, logré atrapar en el aire dibujándolas en grafías; elucubraciones que, no solo por la distancia temporal, ya parecen ajenas. También este archivo íntimo, a veces sepulcro florido, a veces mesita de noche, a veces paleta de mango, me permite recordar técnicas no de escritura sino del hábito de ponerme a escribir; hoy, el texto a publicar, trata de esta serie de asuntos. 
Gracias a Italo Calvino, al prólogo de sus Ciudades Invisibles, he logrado definir una estrategia. Consiste en lo siguiente: desarrollar las ideas de manera impresa o física, agrupándolas en folders o carpetas, es mucho más práctico, útil y sano que hacerlo siguiendo mi usual método de agrupar y fermentar ideas en carpetas de Drive o en borradores de mi email. ¿Por qué? Porque si bien el espacio digital es limitado (y cada vez más), su capacidad de almacenamiento es tan extensa que no logra darle unos límites cabales, lúcidos al proceso de construcción de la obra. Uno puede seguir y seguir, llenar y llenar... suspensivamente... En cambio, el hecho de que en una carpeta física se agote pronto el espacio (que contendrá ideas escritas, recortes de periódicos, pulseras, publicidades, volantes, dibujos, cartas de amor y de rencor, etc.), nos indicará, tal y como lo sugiere Italo Calvino, que ya va siendo hora de atender esa idea, de completar el proceso, de desarrollarla. Y no es que él lo aconseje; simplemente describe su método.

Así de simple.