sábado, 13 de julio de 2024

Leer La Vorágine en medio de una

 

Es usual que a La Vorágine se le llame "La Odisea colombiana", o la Ilíada, o la Eneida. Es entendible: se inscribe en la misma tradición del periplo, de la desventura, de lo trágico, lo fatal y lo episódico. No obstante, para mí, esta novela, entre tanto, logra lo genial: anuncia a Colombia desde el clasismo y la explotación, sumiendo al lector en el devaneo enfermizo que experimentan, que sufren los autoproclamados civilizados, dentro de la jungla. Además, relata la naturaleza inmensurable de la geografía de la nación; declara la derrota dentro del triunfo; dibuja cada uno de los surcos de dolores, y describe en acciones el hecho de que ser colombiano sea, principalmente, un acto de fe. En lo técnico, la estructura es avasalladora. El cambio de tiempo que facilita el diario como género (primero relatando pasados; luego, presentes) nos impulsa al cierre, a la conclusión vertiginosa que no será sorpresa. Alguna vez, hace muchos años, el profe Jairo Alarcón la definió como la mejor novela colombiana; yo no me atrevo a decir que lo sea, pero sí digo que, dadas las condiciones de la actualidad, las necesidades humanas del momento, La Vorágine es una de las mejores novelas de la literatura universal.

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