En la dimensión de los oficios, la agricultura ocupa el tope para mí.
Sus modos de producción, su sentido, su nobleza de tradición y escuela. Los campesinos y agricultores son actores
fundamentales para la concepción de todo lo demás: sí, ese café, esa fruta de
gimnasio, esa intención sana de enero. El refrán lo escribe en piedra: “La
humanidad no podría vivir con seis mil millones de abogados, pero sí con seis
mil millones de campesinos”…
Y creo que la figura de los recolectores es de las más intrigantes
para mí porque como músico y escritor bien intencionado, siento que soy una
fruta. Y muchos de mis amigos, compañeros de ruta, son frutas también. Músicos,
pintores, compositores, escritores, arquitectos, etcétera: todos y cada uno,
frutas que nos estamos pudriendo en la sombra de este árbol llamado Colombia. ¿Por qué? Bueno,
por muchos motivos que nos declaran “culpables” a quienes queremos crear, pero
en parte también porque no hay “recolectores”. Sí: creo que en otros países hay
más y creo que es por eso que esos “otros países” (figura fantasmagórica y
utópica a la vez) han sabido exportar su cultura. El único recolector no puede
ser una embajada: no sé qué tanto representara The Cure al gobierno inglés de
su época. Que a veces nuestro orgullo de artistas no nos deje ser flexibles,
eso ya es otra discusión, pero es claro que requerimos de otros que sepan cuándo, cómo, dónde y a quiénes servirnos. Esos otros que saben describir y apreciar nuestro sabor, y a quienes necesitamos para no pudrirnos esperando en un continuo y delirante gerundio indefinido.
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