miércoles, 18 de enero de 2017

Rica fruta que no queremos que se pudra


En la dimensión de los oficios, la agricultura ocupa el tope para mí. Sus modos de producción, su sentido, su nobleza de tradición y escuela.  Los campesinos y agricultores son actores fundamentales para la concepción de todo lo demás: sí, ese café, esa fruta de gimnasio, esa intención sana de enero. El refrán lo escribe en piedra: “La humanidad no podría vivir con seis mil millones de abogados, pero sí con seis mil millones de campesinos”…
Y creo que la figura de los recolectores es de las más intrigantes para mí porque como músico y escritor bien intencionado, siento que soy una fruta. Y muchos de mis amigos, compañeros de ruta, son frutas también. Músicos, pintores, compositores, escritores, arquitectos, etcétera: todos y cada uno, frutas que nos estamos pudriendo en la sombra de este árbol llamado Colombia. ¿Por qué? Bueno, por muchos motivos que nos declaran “culpables” a quienes queremos crear, pero en parte también porque no hay “recolectores”. Sí: creo que en otros países hay más y creo que es por eso que esos “otros países” (figura fantasmagórica y utópica a la vez) han sabido exportar su cultura. El único recolector no puede ser una embajada: no sé qué tanto representara The Cure al gobierno inglés de su época. Que a veces nuestro orgullo de artistas no nos deje ser flexibles, eso ya es otra discusión, pero es claro que requerimos de otros que sepan cuándo, cómo, dónde y a quiénes servirnos. Esos otros que saben describir y apreciar nuestro sabor, y a quienes necesitamos para no pudrirnos esperando en un continuo y delirante gerundio indefinido.   


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