sábado, 19 de noviembre de 2011

...el mismo rasero



Las personas no tienen porque escucharle; si tiene algo por decir, dígase sólo si sirve de alguna manera, y hágase del mejor modo.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Prensa: 11:11:11 ¡¡!! Documento histórico del ridículo mundial


Dijeron que hoy era un día especial y que las 11:11 sería un momento especial porque sólo se daba cada cien años: ¡aburrida humanidad confiada en un sistema tan manipulable como son los números! Cada día es especial; cada momento es realmente único, cada segundo es un sacrificio y no se necesita de una coincidencia métrica: cada cien años no se repite nada… todo siempre ha sido, es y será distinto: definitivamente valioso.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Medias nueve: un texto familiar.



Los primos de mi abuelo vinieron de Alemania a pasar una corta temporada, según lo tenían planeado, para crear relaciones comerciales e industriales. Eso fue aproximadamente, hace unos noventa años. Ninguno se regresó la fecha pensada; de hecho ninguno se fue de Colombia: todos se quedaron.
He preguntado por las razones de su permanente estadía: todos renunciaron a la herencia y concedieron sus tierras; se aislaron en los campos del eje cafetero. Notaron que en Colombia no aplicaba el modelo de vida europeo bajo el cual habían sido educados y sintieron una felicidad, que no puede dejar de serme exótica, cuando supieron de la exitosa cosecha de guayabas y manzanas entre noviembre y enero.
Reconocieron en los campesinos la falta de pretensiones y tan sólo ambiciones como formar una familia, tierra para cultivar, tres comidas diarias y quizá un tiple o una guitarra. Se dieron cuenta que la naturaleza alcahueteaba y daba permiso para la actividad intelectual; que el campo se podía sostener a sí mismo, que en las ciudades no estaba el futuro y que el cariño y la calma no brotaban entre los versos del himno belicista y adolorido que se anteponía al ángelus en las emisiones vespertinas de la naciente radio colombiana; aunque eso del “surco de dolores” y lo de “entre las cadenas gime” les pareció hostil, lo que más le aterró fue que llamasen “horrible” a la noche que siempre parecía ser bella y cálida en comparación con las vividas en Berlín.

También, en el campo descubrieron la explotación; se enteraron que para esa explotación fue que habían sido llamados: industriales de todo el mundo encontraban que los beneficios del trópico, como la abundancia y la variedad, derivados humanamente en la calma y en la hermosa lentitud de los organismos acariciados por la naturalidad de un buen vivir, resultaban AGRESIVAMENTE peligrosos para los intereses de los países comprometidos con el auge industrial. Notaron que algunos conocidos suyos, como John D. Rockefeller, luego de sufrir al ver cómo en algunas partes del mundo no eran elogiados ni respetados ni aclamados, se empeñaron en trabajar las mentes para culpabilizar la lentitud y lograr así que trabajaran para sus empresas y hacer de Colombia una factoría, bajo la ilusión de una riqueza económica que jamás será mayor si se le compara con la riqueza natural que cualquier colombiano podría encontrar en sus bosques.

El colmo que les ofendió y les hizo sentir sucios por compartir nacionalidad o “primer mundismo” con tales individuos, fue la aplicación de los términos “desarrollo” y “subdesarrollo”; ¡cómo podría hablarse de desarrollo sin mencionar los trueques comerciales, no monetarios, de las comunidades que les habían recibido sin prejuicios a pesar de saber que eran ellos tan europeos como quienes llenaron las ciudades de afán, estridencia, malicia y violencia!

Los primos de mi abuelo no usaron carro; no le encontraron necesidad personal y aunque validaron su invención, la masificación no les dejó de parecer ridícula y vanidosa. Vivieron felices escribiendo, leyendo y tomando tinto en las montañas; nadaron en ríos de colores, besaron rostros eternamente jóvenes: algunos se enamoraron y formaron hogares. Trabajaron en farmacias e investigaciones científicas pero jamás fueron tan envidiosos como para llegar a un país, desde sus cimientos ultrajado, y exigir velocidad a sus habitantes quienes en calma, con afecto, inteligencia y equilibrio podrían vivir mejor que en cualquiera de las ciudades teutonas, donde, en aquel entonces, ni la nieve de cien inviernos inclementes podría tapizar los muros manchados por la sangre anhelada por aquel que fingió carácter detrás de un ceño fruncido. Consideraron dañinos algunos excesos pero jamás se les hubiera ocurrido que un conflicto armado, que beneficia los intereses de dominio y control, pudiera excusarse en aquello que algunos irrespetuosos llamaron drogas y que ellos y los islámicos atinaron en llamar “delicadas sustancias espirituosas”: supieron de las leucémicas consecuencias de aquella nueva bebida, la CocaCola.

Renunciaron a toda imposición, a toda creencia; cuando dejaron de creer en Dios, lo sintieron. No impusieron necesidades y superaron sus miedos. Siempre confesaron que el mayor temor de los emprendedores industriales y comerciales, es el pensamiento. No le temen a un país ni a la guerra: le temen a la conciencia individual.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Lo que recordé esta mañana



Hermoso verla prendida. Pálida, cansada. No comimos; salimos de clase y directo a la bodega. Tomamos mucho; fue como dispararnos juntos; luego yo vomité. Ella resistió a pesar de haber pasado la noche anterior bebiendo; yo soy un niño sano, un niño santo arrepentido. ¿Qué tanto? Lo suficiente para necesitarla. Nunca pensé que pudiera necesitar de alguien; las posibilidades no tienen límite; su boca sí. En realidad, el único límite es la amistad y de modo más profundo, la culpabilidad: ninguno quiere sentirse culpable por haber dado el paso que ambos quisiéramos dar. Le ofrecí un ron. Bebió. Cuando acabamos una botella y seguimos con otra, el niño santo, el niño yo, quiso ser fuerte pero quedé medio dormido, pasmado, medio feliz, sonriente, medio desmayado; levitando sobre la silla en ese ambiente tibio, útero sucio de demás jóvenes borrachos. Ayer lo confirmé: Necesito comer antes de beber; es la condición. ¿Pero no es la felicidad suficiente horizonte como para condicionarle? ¡Fui feliz! bailamos y antes me prometió que me besaría; no lo hizo, anoche no. Ni tampoco luego. Jamás nos besaremos. ¿Será que me vio vomitar? No sé… pero fue una bella noche, una necesitada celebración: nos acercamos; me recordó el cuerpo; le recordé su mente. Me exigió que dejara de pensar porque pensar sería sacrificar los impulsos por la vanidad de mis ideas. Salimos del lugar y fuimos a otro. ¿Será que me vieron con ella? No importa, es muy bonita, es tremenda. Quizá me esté enamorando; sería justo. Lo he intentado pero el pasado estorba; ¡cuánta belleza! ¡Cuántos entusiasmados intentos! suficientes obstáculos por superar. Sólo lo notable estorba. Necesito ocurrir… sino será más soledad y más-turbada apariencia. Lo notan en mi mirada, en mi forma de atender las labores, de solucionar problemas. Es definitivo: erraré. Compondré un réquiem para mi bondad, para mi reputación: no me importa si me vieron, lo principal es mi carácter… y mi carácter ahora finge gusto: suficiente para mí. Es bueno sentir un aroma distinto; huelo a como olía ella; su perfume es el aroma matutino; me da la bienvenida al hoy. Ella también estaba muy ebria, no lo puede negar. Me abrazó y nos consentimos. Su voz se escucha mejor mientras más cerca esté de mi oído. Era ronca y alargaba las vocales; por momentos sentía su fría mano corriéndome el pelo y acomodándomelo sobre la oreja; quería hablarme, consentirme. Cerré los ojos: Era mi mente: Laberinto rosa, tapizado y cálido: su voz me condujo al infinito. Cuidado: te estás enamorando. Fue dulce. ¿Seguro no nos besamos? No. No… definitivamente no. Cuando abrí los ojos noté en su rostro recién alejado un aire de desencanto. ¿Dije algo? ¿No dije algo? Me pidió perdón, lucía decepcionada de sí misma. Esperé. Disfruté del silencio porque me sentí prudente. Luego le pregunté si quería otro ron. Sonrío y me dijo no. Su novio ya venía a recogerla.