Hace días, estuve mirando un video de Alvinsch. No es usual, pero el guayabo me hizo dar click aquí y allá. Así, llegué a una de sus video-diatribas, de la cual no recuerdo sino que me cambió la vida: lo escuché hablar de las llamadas relaciones para-sociales. Casi que de inmediato, abandoné el video y me sumergí en este fenómeno, nombrado en los años cincuenta, pero presente, creo, desde que la humanidad empezó a crear, a imponer y a exportar ídolos. Básicamente, una relación para-social es una de índole uni-direccional, similar a la que creamos con personajes mediáticos. Hasta ahí va la definición oficial: la relación que los medios de comunicación masivos facilitan entre los famosos y los espectadores.
Pero yo no me limité a ese contorno: coloreé fuera de la raya y creo
que llegué a algo valioso.
Mucho en mi vida ha sido crear relaciones para-sociales y trazar mis
sueños, mi vida, mi horizonte de expectativas ante la existencia misma, a partir de estas
relaciones.
Y no creo que se dé únicamente con “gente famosa”. Así, me he sentido
cercano, llamado, atraído, por lugares como New York, París, Miami, Cartagena: son
ciudades famosas que quiero visitar, tal vez, únicamente, porque son famosas. También sucede con la idea de la fama: es un supuesto estado ideal que nos hacen desear desde niños, y lograr distinguir entre ésta y el reconocimiento profesional/vocacional nos consume media vida. De modo similar, cuando me embriagué por primera vez,
pensé: “ah, esto es lo que se siente estar borracho”.
Igual con el sexo, con las Gibson Les Paul, con los Nike-Air Force One.
Sin embargo, lo que más me preocupa es que así fue la relación que
establecí con Dios. La cosa fue más o menos así: tendría yo unos quince años. Me estaba
quedando dormido y pensé mientras rezaba (porque soy capaz de rezar
mentalmente, y aparte seguir con otros pensamientos): “cuando muera, conoceré
a Dios”. El final de este pensamiento, fue el comienzo de otro: “A Dios, el hombre
más famoso del mundo”. La idea me causó un pánico incontenible. Salí corriendo
y tardé en volverme a dormir. Muchos años después la sensación vuelve: no es
sano establecer con Dios, con el universo, con la vida, una relación para-social.
La idea de fama, el crecer entre cámaras, y comprender que los medios
legitiman la realidad, me llevó a esto, e hizo que perviviera en mí esa idea de
“Dios – Fama”. ¡Y que pobre-envilecedor resulta esto! Que distancia enorme nos desgaja, que vacío de tristeza se hace en mi pecho al sentir que no tengo recursos
para actuar.
Supongo que meditar servirá y me dispongo, pero no pasa mucho rato sin que vuelva lo mismo: ahí, yo, sentado, con los ojos bien cerrados, siento que un pensamiento dentro de mi cabeza se empieza a regar: “Ah, esto es la famosa meditación. ¡Uy! esto era lo que hacía George Harrison, lo que promueve David Lynch. Ah, mirá. Pero, ¿sí es así? ¿Sí se siente así? ¿Lo estoy haciendo como debe ser?”.