Modestia,
inteligencia, protocolo, prudencia o elegancia. Los motivos pueden ser tantos
como personas dispuestas a expresarlos.
Alguien, en
algún desafortunado momento, sugirió que hablar de fútbol, política o religión, en
determinados espacios, era muestra de la pérdida de la decencia y del roce
social. De esta manera, ante semejante propuesta que promovía las risas
ligeras, el delicado consumo del fiambre y la más perfumada hipocresía
nocturna, se deshiló el tiempo convencionalizándose tanto la ignorancia como la represión del impulso que insta al joven a conocer sobre política
y religión, las cuales fueron igualadas a los sentires futboleros.
Así sea para
hablar mal de ellas, así sea para despreciarlas, es necesario dialogar acerca
de estas dos dimensiones del pensamiento humano; conocer al respecto y permearse
de puntos de vista ajenos. Sino, de otro modo, pasa lo que actualmente ocurre: desentendimiento generalizado, sofocación,
asfixia y una posterior putrefacción de las opiniones o creencias. Sépase que tal evasión quizá sea sugerida por quienes sueñan con un vetusto paraíso en macramé y viviendas
dentro de segurísimos centros comerciales, donde solamente se dialogue a través de guiños y emoticonos :3