jueves, 26 de diciembre de 2019

Abejorros


Pienso en el cuerpo de los animales, de los insectos; es obra de su día a día, y su día a día, como el de muchas especies, consiste en salir a buscar su comida. Esta búsqueda les implica relacionarse con la naturaleza, con las estaciones, con las cortezas, las texturas vegetales, e incluso, con la fuerza de otros seres. El hombre en algún momento también tuvo que vérselas día a día con la naturaleza. Experimentar el rigor y la incertidumbre. Hoy, este encuentro con la naturaleza es cada vez más esporádico, velado y limitado. Ya tenemos es que vérnosla día a día, jornada tras jornada, con otros humanos, con los productos de su ingenio: computadores, celulares, calles, carros, publicidades, noticias. A lo sumo, una pasajera lluvia, un calor insoportable o un sismo, nos recuerda que hay algo más allá, algo más absoluto que esa superficie humana.
Pienso en mí. Si tuviera que salir por la comida, relacionarme otra vez con los árboles o las raíces, mi cuerpo sería distinto. Más fuerte. Los perros domesticados suelen engordarse, volverse perezosos, demandantes. Veo desde mi ventana a los abejorros: ahí están, zumbando, escarbando en flores, acostumbrados a lo salvaje, viviendo gozosamente de lo perecedero, y me inspiran.  

lunes, 23 de diciembre de 2019

¿Qué lenguaje, por definición, no es inclusivo?



Entre la vasta diversidad, y la aún más vasta manera de clasificar esa diversidad, hay dos tipos de personas: las que estudian el lenguaje y las que quieren cambiarlo de acuerdo a su incomprensión del mismo, impulsadas (el femenino "...adas" corresponde al sujeto "las personas") por su ignorancia y sus caprichos. Me referiré particularmente a la expresión "todes", tan usada actualmente. Plural impreciso e indefinido: la primera vez que lo escuché fue en boca de una niña no sé de dónde, que era grabada por su madre con orgullo. Según los promotores de la idea, se debe decir “todes” porque si decimos “todos” o “todas” estamos excluyendo a quienes no se consideran ni “hombres” ni “mujeres”. La teoría es atractiva pero no deja de ser un producto de la ignorancia, de la más atrevida y totalitaria ignorancia. Es preocupante que estos impulsos revolucionaros sean llevados a cabo por personas que no han estudiado el complejísimo y elaborado sistema que es la lengua castellana. Al decir "todos" (dos de sus significados son: “Indica la totalidad de los miembros del conjunto denotado por el sintagma nominal al que modifica” y “Entero o en su totalidad. Usado modificando a sintagmas nominales definidos en singular con nombres contables”), de manera práctica, podríamos decir que tácitamente, estamos refiriéndonos a todos los seres humanos. Al decir "todas", en este mismo sentido estaríamos refiriéndonos tácitamente a todas las personas. El pretender que “todes” puede reemplazar o unificar el todos y el todas es arriesgado. Propone una situación ambigua, poco consciente, simplista. ¿Todes les o las o los qué? ¿A qué se refiere ese sufijo? 
El lenguaje es aliado de la justicia, la esperanza, la dignidad humana, la bondad. Si no es inclusivo, no puede ser lenguaje. El lenguaje está ahí para unirnos: somos los nosotros, los seres humanos, quienes lo usamos para separarnos.



jueves, 19 de diciembre de 2019

Elucubración: adictivos pajazos mentales.


Hace mucho tiempo, a Natalia París le preguntaron por sus gustos musicales. Ella respondió que le gustaba la música de los CD’s. Hoy, tratando de asimilar algunos ensayos de Walter Benjamin y un artículo del Huffingtonpost titulado “La fantasía es una droga”, comprendo mejor que siempre esa frase, esa respuesta de Natalia, la cual en su momento me causó risa y fue motivo de burlas.

Creo que la realidad virtual ocupará un gran puesto en nuestras democracias. Creo que volveremos a guardarnos en nuestras casas para conectarnos a esa realidad virtual, valiéndonos de un avatar, para lograr experimentar lo que en sociedad nos estará velado y prohibido. Más allá de experiencias eróticas (las cuales ocuparán gran parte del tiempo y de la inversión) creo que esta dimensión será algo más que ocio y divertimiento. Será un modo de vida sobre el cual se establecerán los sistemas políticos y económicos.
La “realidad”, esa que llamamos “vida real”, estará minada por leyes, y movernos será cada vez más riesgoso: fácilmente podríamos ser culpables de un crimen menor, de un abuso, de un derroche en contra del medio ambiente. Creo que la alternativa, el escape, será entonces esa realidad virtual, la cual se hará costumbre y hábito por la condición adictiva de las fantasías.

El panorama, más allá de que sea bueno, malo, comprensible o caótico, me horroriza. Y no por lo que será, sino por aquello que desde hace años ha venido pasando, tal vez porque desde hace tiempos estamos cimentando esa cueva, y andamos encaminados hacia ese futuro que no sé por qué me parece tan cercano y tan posible.

Para ilustrar esta idea, limito mi pensamiento (como es usual) al ámbito musical; a la industria de la música y al acto musical.

La música como acto, como fenómeno acústico llegó a mí por medio de la fiesta y la familia. Las guitarras, los requintos, las sillas haciendo de tambores me excitaron a un punto jamás concebido. Luego, la experimenté en conciertos, en la calle, en los buses.
La música como parte de una industria, como un fenómeno “virtual”, llegó en mayor medida y, además, de una manera muy íntima (por no decir solipsista) mediante videoclips, programas radiales,  cd’s, cassettes.

En 1997 creé un hábito: encerrarme en mi cuarto a fantasear que cantaba rap. La locación era el colegio. En el 2001 me di cuenta que ya iba siendo hora de pasar de la fantasía a la acción, pero la realidad me atropelló (las clases eran a las 7 de la mañana los sábados, cobraban mucho, el profesor nada más enseñaba “clásicos” y bambucos que no me envolvían) y abandoné la idea.
“Desde casa puedo aprender y hacer mucho” – pensé.
La fantasía siguió proporcionándome más satisfacciones que “la realidad”. El hábito se perpetuó aún cuando tenía agrupación, y ya no era solo en mi cuarto. Fantaseaba mientras miraba por la ventana del bus, imaginándome que cantaba frente a ciertos públicos (los objetivos eran líquidos, frecuentemente mujeres, distintas mujeres u hombres admirables como Jack Nicholson o quién sabe cuántos más). El fenómeno “virtual” se hizo permanente, interrumpido por las breves apariciones del fenómeno acústico. La música de los cd’s era mi favorita: en vivo ese rock n’ roll no se escuchaba tan bien.

Este hábito me permitió escapar de mi falta de aptitudes y fue paliativo ante mi tedio y mi incapacidad de congeniar con mujeres de mi edad. La casa fue mi escenario imaginario: el teatro de mi soledad hasta donde llegaron diversos ecos de artistas de distintas épocas, los cuales terminaron por convertirse en una forma de mi voz. Queen, Nirvana, The Doors, y un afortunado etcétera.

Hoy en día, la industria ya abarcó el fenómeno acústico. Una cosa es proporcionar todo para que Gardel pueda ir a cantar a Nueva York; otra es que Post Malone cante sobre la pista (la cual incluye hasta su voz). No me destino a hablar de purezas o de qué es mejor o peor. Si no de lo que yo quiero para mí. Me encanta, por ejemplo, el modo como la llamada música electrónica proporciona diversas herramientas y cómo se ha ido elevando hasta convertirse en lo que es hoy. Lo que me duele es que las élites de la música abandonen de una manera tan campante el acto musical en vivo (teniendo con qué pagarle a los intérpretes) y simplemente se dispongan a prestar su semblante. Me ofende que sean más celebrities que músicos; me alegra cuando se dan excepciones: Amy, Billie Eilish, Juanes, Bruno Mars.

Lo problemático es cuando creemos que la música es únicamente eso que sale por una bocina, por un parlante, y perdemos de escucha la realidad sonora que habitamos. Fue lo que más me enamoró de Cartagena y de Santa Marta: escuchar los vallenatos a la orilla del mar. Esa música al aire libre es tal vez lo que debiéramos rescatar, patrocinar, promover.
En este sentido, me duele pensar en la fase última de The Beatles. Comprendo que hayan querido dejar de tocar… ¡pero cuánta dicha habrían proporcionado! Esas canciones que nunca tocaron conservan un halo de boceto, de promesa no cumplida. ¡Qué especial, qué potente, qué real suena a nuestros oídos esa “Don’t let me down” del rooftop!

El hecho por el cual me pregunto esto es, sin duda alguna, por los pánicos que he venido sufriendo desde hace años. Lo que pasa en la vida real lo contrasto con lo que pasa en los medios, en “esa virtualidad”. Ya con los Smartphones la vida real es cada vez más invadida por esa vida virtual. Instagram, WhatsApp, Facebook. Amores platónicos, musas de neón. Me pregunto si de cierta manera esto congestionó mi mente, la enfermó; así como hay gente intolerante a la lactosa, supongo que pueden existir intolerancias a ciertas herramientas de comunicación. El sustrato de mis pánicos es aquella época en la que dejé de salir a jugar y a “parchar”, y simplemente me encerré a evocar irrealidades, y a pajearme... sobretodo mentalmente.

Claramente, visto así, los problemas no son los CD’s o esa realidad virtual futura, sino el modo como se pueden llegar a usar: las evasiones, el hecho de no afrontarse… y esto puede ser riesgoso, y hay que aprender a usar los objetos. Los comerciantes nos llenaron de cosas: no es labor del pensante definir si son cosas buenas o malas, porque, lógicamente, las cosas no son buenas o malas de por sí. El uso que se les da define ese valor, pero, ojo, no hay que ser ingenuos: hay cosas, herramientas, grilletes, que fueron diseñadas para ser usadas de cierta manera. Esa manera no debiera ser impuesta. Esa manera debiera ser solo otra alternativa.

Esta elucubración atiende a la pluralidad. Es un llamado, una invitación, sobre todo a los más jóvenes y solitarios, a tomar riesgos, a que no dejemos que pongan tan fácilmente aparatos en nuestras manos y bolsillos. Es también una petición – un íntimo recordatorio — de que nos conservemos más imaginativos que fantasiosos: no creamos que ese multiverso creado a punta de productos culturales constituye una dimensión más digna o mejor que la realidad que día a día debemos afrontar. No escapemos, así “Colombia”, su población, los gustos servidos y sembrados por los medios, nos hagan dar ganas de escapar a cada rato.