Me gustaría tener hijos por la
misma razón que me gusta tener amigos: nunca dejar de aprender. Esto surge de
una confianza: sentir que mis padres y también mis amigos han aprendido de mí.
Es un intercambio implícito. Es un clima perfecto a pesar de las ocasionales
lluvias. En ciertos momentos, la relación con los padres es otra amistad: hay
que cultivarla. Saber leer entre líneas.
Anticiparse al dolor. Evitar el daño. Las ocasiones y los eventos son
solo eso: ocasiones y eventos. Y muchas veces en esas fiestas anuales,
celebraciones programadas, no hay nada de qué hablar; el balón no rebota porque
está desinflado. Los temas vuelven a ser los mismos porque no se crearon
nuevos. Igual, no a todos les interesa ser amigos de sus padres porque mantener
vivo el vínculo pareciera ser más una obligación que una elección (… o incluso,
una aventura). Pero es una realidad que a los hijos y a los padres, así como a
los amigos, no solo los unen el pasado y los problemas: pueden haber proyectos
en común: coleccionar mares o ríos, por ejemplo.