viernes, 20 de febrero de 2015

Lo que hay


Ropa de cama nueva, un cambio de cepillo de dientes, una marca distinta de café: cualquier detalle puede renovarme tanto como un trabajo nuevo o el cambio de año o de mes. A veces los afectos, los romances, son los que delimitan mi calendario. Períodos en mi vida, gerundios constantes, que se van construyendo mientras se desmoronan y que a sí mismos se contaminan y purifican, como el agua de las fuentes.
A veces visualizo el porvenir como un vacío de incertidumbres, un vacío de desorientación. Hago frente procurando valorar ese futuro, ese camino que me llama y que ha de ser tan mío y que he de extrañar tanto como las experiencias de antes, por "lo que hay" y no por "lo que queda". Afrontarlo como “lo que queda” lo rebaja, lo somete y de este modo, no es a ese camino, a ese futuro y a sus ofrecimientos a los que rebajo y someto; no. Es a mí a quien me infrinjo este mal, cerrándome a las posibilidades por una enceguecedora nostalgia (o pereza o cobarde tradicionalismo). Afrontarlo como “lo que hay”, es todo lo contrario. Es estar despierto, lúcido; es crecer, sumarse al flujo existencial: ser la época, ser lo que somos.