Temo a un embarazo accidental no sólo por los afanes en que me pondría
sino además porque mi relación con la vida misma aún es problemática y no muy
optimista: no sé si la existencia sea algo por agradecer. Obviamente, estando ya vivos la salud y el bienestar son valiosísimos privilegios pero, en sí, no sé si la vida, este suspiro de consciencia, este
rayo entre dos tinieblas como diría Manuel Mejía Vallejo, represente fortuna
alguna. Y aunque asumo como un compromiso diario y personal el deber liberador
de encontrarle gusto y sentido al hecho de existir, cuando pienso en la opción
de ser papá me entra la angustia de no saber si sea justo crear a alguien extrayéndolo de la nada, del
abismo en que nada era, e imponerle esta cotidianidad en la que deberá reconocerse
y asimilarse, esta masa de tiempo y espacios, esta niebla de palabras, visiones
y conceptos. Así, creo que la pregunta correcta no es si deseo ser papá o si
me gustaría tener hijos, como si se trataran de una adquisición material; para
mí la pregunta correcta y determinante es si uno se siente lo suficientemente satisfecho
de estar vivo como para someter a alguien más a que lo esté; o sea, si uno está
lo suficientemente seguro de que es hermoso estar vivo, si se es capaz de encontrar
suficiente belleza y plenitud en la vida, en la naturaleza, en la condición
humana, como para animarse a concebir a otro e intentar transmitirle ese gusto
por vivir, el cual me atrevo a llamar “amor por saberse existiendo”. Sin
embargo, debo ser honesto y admitir que dudo de lo recién manifestado porque existirá
la persona que, no encontrándole sentido a la vida, que no encontrando motivos
para agradecerla, en el momento en que se vuelva papá o mamá, descubrirá, o le serán
revelados, todos los detalles que le harán parecer más hermosa la vida, más
llena de sentido, e incluso, al saberla temporal, más íntimamente intensa.