miércoles, 21 de agosto de 2019

Clase de Seis


Durante años me he acostado después de las doce de la noche. Muchas veces sentí al reloj de la casa dar las cuatro; sobre todo el año pasado, mientras grabábamos y mezclábamos los discos “Grietas” (https://www.youtube.com/watch?v=W_lJnDGlbQo&t=218s) y “Valeria Morning” (https://www.youtube.com/watch?v=86ZryoeHA4o&t=65s). A lo largo de este tiempo, aproximadamente siete años, siempre estuvo en mis planes acomodar mis jornadas a horarios más diurnos, pero fue una decisión que nunca llegué a tomar ni efectuar. 
Ahora pasa que, durante cuatro meses, deberé dictar una clase en el horario de las seis de la mañana. 
Ya va uno.
Los primeros días se me hizo fácil, pero luego el cuerpo me empezó a reclamar. Los días que debía madrugar a las cinco de la mañana no dejaba de sentir hambre; comer no me satisfacía. El insomnio llegó y vi toda la transición de domingo a lunes, y eso que los lunes no debo madrugar: la clase más temprana de aquellos días es a las diez de la mañana. Sí: simplemente me obligué a dormirme antes de las doce y en vez de tranquilizarme, pararme, venirme al estudio desde donde escribo esto, leer, prender el celular, tocar bajo, ver porno, me dediqué a pensar y a pensar, a sobar y sobar las plumas,  el cuerpo de ese insomnio que yo mismo alimenté. Y es que está la tendencia a llamar insomnio a toda falta de sueño, a toda demora en el quedarse dormido, a toda interrupción, a todo estremecimiento nocturno. Y como es de prever, caí en el juego: no enunciaré los extremos a los que llegaron mis reflexiones, mis extremas, rebuscadas, lúcidas reflexiones. Con los días, hallé que hay diversos tipos de insomnio, que este insomnio no es ninguno previo, que las causas pueden variar, que una noche de insomnio, comparada con las noches de borrachera, no se sienten tan horribles. Descubrí que la situación de estos días es más una cuestión de ritmo temporal, de armonía cíclica, de disciplinarme y procurar despertarme, comer y dormir, todos los días, a una misma hora.
Pero mi resignación no incluye la aceptación. Algo sí diré acerca de todo el parloteo de aquellas esperas ansiosas por el sol y el descanso de la mente.
Las clases de seis son síntoma también de una sociedad aún bucólica, aún moralista. “En el campo” las cinco de la mañana ya es tarde; pero también es tarde las ocho de la noche. ¿Ser capaz de madrugar, de cumplir aún sin dormir nos hace, me hace “verraquito”? ¿Qué objetivo tiene serlo? Creo que es inhumano con la materia que se dicta a esta hora porque sea como sea es un blablablá que el alumno no alcanza a aprovechar muy bien. El fenómeno de la clase de seis, en sí, es más interesante que muchos temas que se dictan en ese horario. Me atrevo a creer, como ya lo dije, que es por un espíritu social aferrado a las condiciones del campo, de la granja. ¿Por qué no empezamos las jornadas a las nueve? ¿Por qué trabajamos tanto? ¿Somos eficientes o estamos acostumbrados a ser lentos y lerdos debido a que, la mayoría (y basta haber tenido twitter, o Facebook en algún momento para comprobarlo), no podemos con la somnolencia y la pesadumbre, producto sombrío de un horario? La madrugada es una delicia: inspira. Pero hay que reconocerse: ¿soy capaz de formarme rutinas que me permitan disfrutar de ella sin sentir que estoy ebrio de insomnio, mareado de tanta gana de apoyar cabeza y dormir? 
Sea como sea, es parte de la vida. Una experiencia humana. La consecuencia de no podernos olvidar de nosotros mismos, como nos lo dice Borges.

viernes, 16 de agosto de 2019

Los lados


Discutía una vez con una amiga acerca de las clases sociales y las malas condiciones laborales. Nuestros puntos de vista se bifurcaron, se opusieron, cuando ella me manifestó que la existencia de los malos trabajos era cuestión de políticas públicas, de administraciones. Que la izquierda (término que no logré clarificar en ningún momento de nuestra charla) nunca permitiría malas condiciones laborales. Mi mente se llenó de ejemplos con los cuales contradecir su punto pero pasó que cruzábamos por una acera sobre la cual se extendía un gran vómito multicolor que parecía estarnos gritando. Era una mancha viscosa, casi burbujeante que alguien había dejado allí. Yo sentí que el mismo vómito, que esta experiencia visual, era más potente que cualquier experiencia verbal, y le pregunté qué hacer con este tipo de situaciones, cómo afrontarlas, desde esa izquierda que ella promocionaba. Se quedó mirándome y luego habló.

-        La izquierda desarrollaría robots para limpiarlos.

Su respuesta produjo en mí real sorpresa. Era una buena respuesta. A mí me bastó. Pero luego ella continuó.

-        Mentiras — advirtió — la izquierda no permitiría que unas máquinas reemplazaran a las personas. Luego de los limpiadores, serían a los celadores, a los mensajeros, y hasta a los periodistas a los que nos reemplazarían. Creo que ese vómito debe dejarse ahí… o no sé… que los estudiantes trabajen y sean los encargados de ese tipo de cosas.

Se quedó callada pero sin dejar de pensar.

-        La derecha si es una cosa muy brava — declaró — nos enferma y luego no se responsabiliza de nada.