Se formó (formé) en mi mente un pensamiento absurdo e irracional. Lo
agarré con la conciencia, con mi ánimo de raciocinio, y lo diseccioné. Este se
enarbolaba a partir de lo siguiente: estoy dictando una materia que yo mismo
cursé en el año 2011. La estoy dictando un año y medio después de haber
empezado a dar clases. Cuando la cursé me faltaba un año y medio para
graduarme. Esta equivalencia de medidas me hizo pensar que si empezaba a contar
hacia atrás, sabría hasta cuando estaría dictando materias en un futuro. Iba a
hacer la cuenta y me detuve: observé. “¿Con qué sentido hago esto? ¿De dónde
deriva esta idea irracional?”, me pregunté.
La respuesta fue inmediata, casi sin letras ni palabras: “incertidumbre”;
y sí: este es un método para hacerme comprender qué días estoy viviendo desde una
abstracción, una idea imaginaria. Es un análisis mental haciéndose pasar por
observación rigurosa. Es querer equiparar para comprender, en vez de mirarme
directamente, comprender mi temor y mi desorientación con respecto a los
tiempos que estoy viviendo. Saber que los años, los días, los minutos no se
repiten. Que soy responsable de los escenarios personales futuros. El tiempo es
constante, un éxtasis incesante que no pasa: el único sistema permanente es la transformación,
y de ahí surgen todas estas ideas, todos estos intentos en busca de una
creencia dónde reposar, todos estos cálculos mediante los cuales quiero comprender
el inasible presente.