sábado, 29 de febrero de 2020

Hábito: observar la mente.


Se formó (formé) en mi mente un pensamiento absurdo e irracional. Lo agarré con la conciencia, con mi ánimo de raciocinio, y lo diseccioné. Este se enarbolaba a partir de lo siguiente: estoy dictando una materia que yo mismo cursé en el año 2011. La estoy dictando un año y medio después de haber empezado a dar clases. Cuando la cursé me faltaba un año y medio para graduarme. Esta equivalencia de medidas me hizo pensar que si empezaba a contar hacia atrás, sabría hasta cuando estaría dictando materias en un futuro. Iba a hacer la cuenta y me detuve: observé. “¿Con qué sentido hago esto? ¿De dónde deriva esta idea irracional?”, me pregunté.
La respuesta fue inmediata, casi sin letras ni palabras: “incertidumbre”; y sí: este es un método para hacerme comprender qué días estoy viviendo desde una abstracción, una idea imaginaria. Es un análisis mental haciéndose pasar por observación rigurosa. Es querer equiparar para comprender, en vez de mirarme directamente, comprender mi temor y mi desorientación con respecto a los tiempos que estoy viviendo. Saber que los años, los días, los minutos no se repiten. Que soy responsable de los escenarios personales futuros. El tiempo es constante, un éxtasis incesante que no pasa: el único sistema permanente es la transformación, y de ahí surgen todas estas ideas, todos estos intentos en busca de una creencia dónde reposar, todos estos cálculos mediante los cuales quiero comprender el inasible presente.

domingo, 23 de febrero de 2020

Dos ideas de turista.



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Hay quien califica de "basura" a ciertos objetos. 
Esos objetos están ahí porque de alguna manera han sido proporcionados por la naturaleza. Nosotros, o mejor, algunos escasos miembros de la crecida comunidad que somos como especie, han sabido extraerla, transformarla.
Todo objeto contiene energía. Todo objeto es natural. Una bolsa de plástico dentro del estómago de una ballena. Una bala en el fondo de un río. La lata que hemos dejado vacía.
No existe lo inerte: tal vez sí lo tóxico (en ciertos contextos). Sin embargo todo está en perpetuo cambio, en continuo movimiento, por imperceptible que sea.
Ahora mismo, dos átomos se están rozando cerca de tu oído izquierdo.
Sé que algún día nos cansaremos de tantos objetos.
El planeta no está hecho para ser un archivo ni una bodega.
La materia prima usada para crear un libro, un disco, un carro nos parecerá un derroche. Un abandono. Además, nos daremos cuenta de todo el peso y el espacio que ocupan.  
Una moneda de 1991, la camiseta que ya ni de pijama sirve.
Todo se encuentra en ese lugar mágico que ahora nosotros, los primitivos del siglo XXI, llamamos basureros.  La silla vieja de un avión. Un motor de moto. El paquete de aquel condón que usaste.
El envase del esmalte que usaba tu abuela. Todos los cepillos de dientes de todas las personas que te han gustado a lo largo de toda tu vida.  Somos una especie cometa, dejando una estela de objetos detrás de nosotros.  La energía de los muertos sigue ahí, abandonada, quieta entre la brisa densa de los basureros.
Creo que algún día seremos más ligeros; más cercanos a escribir en la arena y en el aire, que a grabar huellas en la piedra. Quisiera poder ver cómo seremos en cinco mil años.

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Estoy acostumbrado a vagar en los centros comerciales. Allí cada entorno está cuidado, protegido, utilizado. Se trata de crear experiencias para los usuarios.
Esta costumbre estructuró mi pensamiento.
En la calle, o mejor, en la intemperie no es así. La ciudad es una dimensión que depende de las horas. El clima, por ejemplo, no es un desarrollo, ni una experiencia creada. Es una forma de la naturaleza. Pensando de este modo, cuando viajo, me siento en casa. Visitando diversos lugares de un mismo cuerpo: algunos son cálidos, algunos extremadamente fríos.
La idea es saber estar en casa al encontrarnos en la intemperie.