De por sí, la pregunta incomoda porque no está del todo bien planteada:
- ¿A qué te vas a dedicar? Suelen cuestionarme.
He dado diferentes respuestas, pero para darle valor y fuerza al
proceso conjunto con el que en este momento me siento gustosamente
comprometido, usualmente digo:
- No sé a qué me termine dedicando, pero pienso
que ya me dedico a la música.
Esto tiene tantos significados como personas hay. Por sus reacciones
he empezado a considerar que hay quienes detrás de esta respuesta entienden: “Voy
a dedicarme a intentar obtener dinero escribiendo letras de amor, siendo el
fiestero de moda, dando entrevistas, enamorando mujeres y mujercitas y llevando
un modo de vida holgado y desinteresado”; otros infieren esto: “Acepto
libremente mi incapacidad para obtener un empleo de verdad y reconozco mis
crecientes y múltiples adicciones, y no será vivir sino menguar, decaer”; otros
parecieran escuchar: “Voy a competir con Shakira, Juanes o Carlos Vives pues
nadie en este país ha vendido tanto como ellos y sólo debo fijarme en los colombianos
pues son los únicos que sirven como ejemplo de vida”; así, he encontrado
quienes aseguran que mi respuesta significa: “Viviré de dar clases de guitarra
e interpretando canciones de otros en los bares, buscando sitios para viajar
haciendo esto, amenizando fiestas y demás reuniones”; no menos despreciativa
que todas las ideas anteriores, algunos creen que con mi usual respuesta estoy
diciendo que: “Tengo mucho dinero, mis padres son unos alcahuetas, quiero una
vida sin retos ni exigencias y, como no estudié música, esa decisión implica
que renunciaré a mi carrera mientras encuentro algo mejor para ocupar mi tiempo
o mientras me resulta una maestría en el exterior”.
Bien. Todo es entendible porque solemos vivir bajo el embrujo de la
publicidad y asimilamos el mundo mediante la comparación, opinando antes de
escuchar, dejándonos intimidar por la bonanza económica del otro. Todas esas
inferencias son humillantes pero al ser inconscientes y nacidas del
desconocimiento popular del oficio, no debieran ser recordadas con rencor;
simplemente son un síntoma, una muestra de la educación que la mayoría recibió
y de la sociedad en la que participamos, tanto como artesanos, aficionados o
profesionales. Aun así, cuando explico
que ese “pienso que ya me dedico a la música” representa una búsqueda del
crecimiento espiritual por medio del hacer estético, una intención de mezclar cierta misión creadora (tal vez imaginaria), que incluye tanto literatura como intelectualidad, con una disciplina nacida de la constante exigencia personal, además
de simbolizar una libre elección y un compromiso con aquello a lo cual aún le
encuentro sentido, se me tilda de romántico, hablador y abstraído.
Acostumbran usar como argumento los más vergonzosos ejemplos y me aseguran
que para triunfar en este país (… ¿y qué es “triunfar”? ¿y qué es “en este país”?)
debo ser como J Balvin, Silvestre
Dangond, Piso 21 o Ricardo Arjona, lo cual me enoja hasta el momento en el que,
al preguntarles por lo que piensan de personas como Vinícius de Moraes, Georges
Brassens, Enrique Santos Discépolo o Luis Alberto Spinetta y me dicen no
conocer a alguno de estos seres, su ignorancia me enternece.
Supongo que es parte del oficio saber que todos, en cuanto a arte se
refiere, tienen fe en su opinión y que muy pocos dudarán de expresarla.