Me permito creer que el fuego es domesticable porque relaciono
los incendios con los bomberos, grupo de
personas anónimas dispuestas a salvarme. Pero antes, el
fuego, quemaba hasta cuando no quedara nada por quemar. El panorama detrás de
la neblina podría llegar a ser una ciudad ardiente, habitada por mujeres que
corrían dispuestas a ahogar las llamas con el agua de las tinajas que traían sobre
sus cabezas. Tales esfuerzos valientes, por las particularidades de la
actualidad, también me parecen ingenuos.
Hoy, en el siglo XXI, mero puñado de años de la eternidad, se
confía en los designios de la razón sobre la cual se instituye la ciencia,
principal heredera de los métodos de la mitología religiosa. El credo está relacionado con la certidumbre. Un
diagnóstico médico o psicológico, la señal de la Cruz de un Papa: por sus
efectos, todo me parece igual luego de mirar El Incendio de Borgo, obra de Rafael.