Antes de la fiesta, no tenía
vida. Empecé a tomar porque estaba seguro de que así conseguiría una. El peso
de la costumbre perpetuó el hábito durante diez u once años. Romances,
carencias, desordenes, aciertos, malas decisiones, imágenes, amigos, presencias,
canciones, ideas, esquizofrenias, conocimiento, historias, risas, un cuerpo
débil: esta es la coyuntura. Ahora necesito fortalecer mi cuerpo, hacerlo balsa
para los océanos de todo el mundo, teleférico de todos los montes. Necesito
corporeidad, dejar de ser para ser alguien más. Ver con nuevos ojos, buscar nuevas
continuidades sin devolverme en el camino. Sé que deberé aprender a disfrutar
de nuevas actividades en un comienzo tediosas o simplonas si las comparo (injustamente) con lo
que siento mediante la bebida, la fiesta, el trasnocho, la disolución.
Disolverme en la parranda me produce una satisfacción automática que a este
punto ya me ha deprimido más de lo que me ha alegrado, activado o entusiasmado.
Las mejores ideas han surgido en sobriedad, las líneas potentes las he
alcanzado en rigores solitarios y creativos. Debo ahora (porque el deber es
sinónimo de libertad) saber qué decir y ser capaz de decirlo; saber ser y
atreverme a serlo. Necesito que los demás no me inviten a un trago, ni a una
fiesta, ni a un plan: si a algo me van a invitar, exigir que sea a la vida: a
un concierto, a una obra de teatro, a una biblioteca, a cocinar, a una
caminata, a nadar en un lago, a hacer el amor, a tendernos en una manga para
mirar el cielo. Será un modo de existir abrumadoramente diferente al actual y
pasado; pero también será de sensaciones. Así, dejaré de fantasear con la sombría
ruta de algunos ídolos, y viviré la mía. Soy una voz que contiene voces.
lunes, 25 de junio de 2018
viernes, 15 de junio de 2018
Ejercicio: carta junio 14
... querida:
Hoy en clase hablamos de las cartas. Nos lamentamos de que
ya nadie las escriba. Pensé en ti. Antes de irte a Malta, la noche de la muerte
de Scott Weiland, me dijiste que me ibas a escribir muchas cartas. Cartas
físicas. El papel que usarías lo ibas a secar poniéndolo al sol luego de
haberlo remojado en las aguas del Mediterráneo. Esto para mantener vivo algo
entre nosotros. Algo que no sentimos sino cuando vienes. Yo nunca he podido ir.
Aún recuerdo ese porrito que nos fumamos en enero. Escribí un cuento con esa
imagen. El protagonista se arma los varetos con pétalos de rosas. Desde
entonces no he vuelto ni a fumar, ni al Parque. Los chinos, o los japoneses, no
sé, recomiendan no volver al lugar donde uno fue feliz. Y desde el balcón de
estos días, sé que lo fuimos. Solíamos decirnos: “venimos acá para disimular
que estamos tristes”. Y el disfraz se hizo atuendo, y el atuendo, ropa de
diario. Pero he leído tus más recientes tweets y quedé preocupado. ¿No hay en
Berlín algún lugar donde puedas disimular que sigues estando triste? No hago
sino pensarte. ¿Aún sueñas con ser actriz? ¿La talentosa diva mayor de un circo
pobre? ¿El último sabor de mi boca? Sabes que siempre voy a querer leerte y
escucharte. Escribir y cantar son ahora los espacios donde se contonea felizmente mi
alma. Allí no tengo que disimular nada… ni siquiera… que estoy bien.
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