miércoles, 23 de marzo de 2016

Éxtasis simple


Gracias a Juan F., nuestro maestro amigo.


¿Qué debo ser y hacer para sentirme seguro en un escenario? Esa es la pregunta de mi hoy. ¿En qué baso mi seguridad? Antes me concentraba solamente en el hecho de tener una idea, pero luego dejé de sentir que una idea, algo por decir, era suficiente para justificar mi presencia en el escenario. Esta era importante, sí, pero no por el hecho de tener algo por decir me sentía seguro. Quise resolverlo desde lo menos esencial (lo menos comprometedor): guitarras bonitas, ropa bonita, luces bonitas, peinados bonitos, enfrentándome así a otra realidad: todo eso bonito en mí se veía feo. Impropio. Irrealizable. Pretensioso. Y más porque algunas de esas guitarras ni siquiera eran mías. O nuestras (o de la banda… que sólo somos mi hermano y yo). En febrero todo cambió: la vida familiar, las guitarras, las posibilidades, las intenciones. Ya no queríamos nada que no fuera esencial. Y ante la pregunta por algo que no es, surge el afán por reconocer lo que es.
Ya no me puedo esconder detrás de una guitarra. Ya no me puedo esconder detrás de riffs y solos que no llevan a nada. En ambigüedades sonoras sin pulso, inarmónicas. Y está bien que la música para mí sea un suceso, un accidente afortunado, un jam, un panorama sonoro que nos indica que todo fluye de manera constante, que la vida es un río y que nosotros somos la fauna que lo habita, llevando dentro de nosotros otra fauna, otra flora y otro río. Pero al menos es importante conocer la música, aceptar que pisar un pedal de distorsión no es la única forma de darle fuerza a una sección. Ensayar me da seguridad. Pero, ¿ensayar qué? ¿Las mismas canciones que compuse y nunca ordené, dejándolas así tal vez porque tuve afán de terminarlas o por mi necesidad ridícula de “ver quién me está hablando” o por algún otro misterio de la distracción? Recuerdo la frase de mi primo Franco: “si uno toda la semana ensaya: dos más dos es cinco, dos más dos es cinco, dos más dos en cinco, y si para el día de la prueba nadie te ha dicho que dos más dos es cuatro, todo ese ensayo fue en vano”. Por eso exigirme me da seguridad. Componer bien me da seguridad. Y para mí componer bien es saber extraer el jugo del alma de cierta vivencia y ser capaz de envasarlo en una canción, y siendo así sé que eso se puede lograr sin papel, lápiz y guitarra, porque la melodía son fotogramas de la corriente cósmica que somos. No necesitamos un delay, necesitamos acordes espumosos y afilados y juguetones. No necesitamos de más artificios sino de la precisión que demuestra fuerza. De un ritmo que sea verbo. Del uso del silencio. De escuchar. Michael Jackson componía bailando en un árbol. Escalona, bajo la descansada sombra de algún cultivo.
¿Y mi cuerpo? ¿qué pasó con mi cuerpo? Mido lo que mido: ¿por qué encorvarme? Hago demasiados gestos: ¿cuáles son necesarios para emitir el sonido? No se trata de cumplir con un deber ser, sino ser. Ser sin diseñarse. Dejar de ser un mal imitador. Encontrar el ritmo propio y probarse en escena. Nijinsky marcó a Mick Jagger y Mick encontró sus propios pasos.
En tiempos de inundación electro pop y aparente recesión intelectual, ambiciono lo esencial en todo lo que hago y al menos estar en esa búsqueda me hace sentir más seguro.