miércoles, 22 de marzo de 2023

Bucle


Retrato mío hecho por Fede, mi hermano.

Soñar con ser millonario es parte del subdesarrollo. En donde sea: Alemania, E.U., Arabia, Colombia: soñar con tener "un montón" de dinero es un sueño dictado por el miedo. En Medellín (y más con los titulares alarmistas y los incrementos en los precios que armonizan con ese pánico mediático) abstenerse de soñar con ser millonario (o rico o multimillonario) es como si uno diseñara para sí un proyecto de vida basado en la carestía, en la miseria, en la escasez, en el hambre o la enfermedad; solo falta sumarle "el llanto y el rechinar de dientes" del Evangelista... No hay punto medio y no tiene por qué ser así; no hay ningún motivo salvo el absurdo capitalista y gentrificado al que ya empezamos a acostumbrarnos, creyendo que nuestra democracia y nuestro bienestar consisten en defender una derecha o una izquierda (expresión bastante eurocentrista y de por sí cuestionable al derivar de la Revolución Francesa). La modestia, el desear una vida austera, no tiene por qué ser opuesto a la idea de prosperidad. Es como si en esta ciudad no querer ser millonario fuera lo mismo que no querer tener hijos, o no querer tener una casita en el campo. Es como si la única manera de realizarse fuera a través de ese "montón de dinero" devenido quién sabe de qué modo de vida, de qué golpe de suerte o de qué forma de esclavitud auto infringida. Esto conduce a varios fenómenos cuyos alcances, considero, son evidentes en los eventos de orden público, en los informes médicos, en la música que se produce, en la arquitectura misma. Por ejemplo, muchas personas aseguran que si me dedico a escribir o a hacer canciones es porque seguramente no quiero casarme ni "tener" hijos. Según su decir, creen que estas son actividades propias de un desocupado que ha decidido ocuparse en algo, ya que se resignó a vivir en la indecisión, sin "ambiciones" ni "objetivos claros", y a quedarse "para siempre" en el papel de hijo. Y la verdad, aunque no sé si me acoja a la institución del matrimonio católico, sí me gustaría concebir hijos, o mejor, ser padre y traer a la vida personas, educarlas, formarlas, amarlas, y en simultáneo, regalárselas a la vida, al mundo... aunque, cuando pienso en eso, mientras lo escribo, casi que de inmediato, reconozco en mí una voz, una voz propia pero con rastros del timbre de muchas otras voces, que me pregunta azarada: "¿sí? ¿y cómo los vamos a sostener?".

viernes, 10 de marzo de 2023

El delicioso abrazo de Dunga

 

Siempre que veo la repetición del famoso gol que le anotó Roberto Carlos a la selección de Francia, en el amistoso del 3 de junio del '97, lo que más disfruto de ver es el abrazo con el que Dunga lo recibe para celebrar: su eufórica pero a la vez serena sonrisa; sus piernas flexionadas y su pecho firme acogiendo profundamente el festejo, el otro pecho, en un solo ritmo, en un solo paso, en un solo giro; los brazos que, luego de buscarse, caen en reposo cruzando la espalda de su compañero, abarcándolo, amparándolo entero; el ademán benevolente y cariñoso de su mano libre de anillo, que permanece y resiste sobre esa cabecita sudada a lo largo de la afluencia de los otros jugadores. Algo se habrán dicho al oído; una felicitación secreta; quizá un chiste inocente. Recién empezaban a ser conscientes de la naturaleza de semejante gol, de ese golazo que la prensa deportiva del mundo casi al instante bautizaría con el nombre de "La Bomba Inteligente". Para mí, la obra maestra no es solo la fiereza de ese chute, sino que comprende también la suavidad de su celebración. 
Acá en link de YouTube (es probable que en algún momento se rompa: Internet tampoco se salva de la fuerza de lo perecedero): https://youtu.be/crKwlbwvr88