Retrato mío hecho por Fede, mi hermano. |
Soñar con ser millonario es parte del subdesarrollo. En donde sea: Alemania, E.U., Arabia, Colombia: soñar con tener "un montón" de dinero es un sueño dictado por el miedo. En Medellín (y más con los titulares alarmistas y los incrementos en los precios que armonizan con ese pánico mediático) abstenerse de soñar con ser millonario (o rico o multimillonario) es como si uno diseñara para sí un proyecto de vida basado en la carestía, en la miseria, en la escasez, en el hambre o la enfermedad; solo falta sumarle "el llanto y el rechinar de dientes" del Evangelista... No hay punto medio y no tiene por qué ser así; no hay ningún motivo salvo el absurdo capitalista y gentrificado al que ya empezamos a acostumbrarnos, creyendo que nuestra democracia y nuestro bienestar consisten en defender una derecha o una izquierda (expresión bastante eurocentrista y de por sí cuestionable al derivar de la Revolución Francesa). La modestia, el desear una vida austera, no tiene por qué ser opuesto a la idea de prosperidad. Es como si en esta ciudad no querer ser millonario fuera lo mismo que no querer tener hijos, o no querer tener una casita en el campo. Es como si la única manera de realizarse fuera a través de ese "montón de dinero" devenido quién sabe de qué modo de vida, de qué golpe de suerte o de qué forma de esclavitud auto infringida. Esto conduce a varios fenómenos cuyos alcances, considero, son evidentes en los eventos de orden público, en los informes médicos, en la música que se produce, en la arquitectura misma. Por ejemplo, muchas personas aseguran que si me dedico a escribir o a hacer canciones es porque seguramente no quiero casarme ni "tener" hijos. Según su decir, creen que estas son actividades propias de un desocupado que ha decidido ocuparse en algo, ya que se resignó a vivir en la indecisión, sin "ambiciones" ni "objetivos claros", y a quedarse "para siempre" en el papel de hijo. Y la verdad, aunque no sé si me acoja a la institución del matrimonio católico, sí me gustaría concebir hijos, o mejor, ser padre y traer a la vida personas, educarlas, formarlas, amarlas, y en simultáneo, regalárselas a la vida, al mundo... aunque, cuando pienso en eso, mientras lo escribo, casi que de inmediato, reconozco en mí una voz, una voz propia pero con rastros del timbre de muchas otras voces, que me pregunta azarada: "¿sí? ¿y cómo los vamos a sostener?".