La palabra “texto” proviene de “tejido”; supongo, que escribir, de alguna forma, es tejer, urdir, entramar. Este tejido, que ha intentado surgir a manera de canción, de mensaje, de cuento, versa de lo imposible. O mejor, lo himposible, imitando el juego que propone Cortázar.
Es imposible - o himposible - por ejemplo, concebir la cuarta dimensión. Vivimos en la tercera. La segunda son los planos. La primera, una línea sola. Es más fácil comprender la cuarta dimensión si se sugiere la siguiente idea: la sombra de los objetos tridimensionales son bidimensionales: toda sombra es plana. ¿Cómo es la sombra de una esfera? ¿La de un cubo? Ambas, planas. En este orden de ideas -o de delirios-, “los cráneos de la física” explican que nuestra dimensión, la de los objetos 3D (incluyendo el Cristo que invoca Cerati en su lujuriosa bocanada número 8, “Verbo Carne”), es una especie de sombra de la cuarta dimensión. Esto quiere decir que alguna especie de luz nos proyecta, nos crea.
Dicen que la meditación trascendental nos permite sumergirnos en un campo que unifica todas las dimensiones (esas 11 dimensiones de la Teoría M). Y eso que solo podemos concebir tres... los Ángeles, en cambio, pueden subir y bajar, vagando benevolentes entre todos los pisos del edificio. Sin embargo, hay muchas otras cosas que uno no logra concebir. Como por ejemplo, los 900 mil millones de dólares que se gastaron en la guerra contra Afganistán. Himposible. Hinconcebible. Decir esa cifra es decir nada. Es tan vago como hablar de la cuarta dimensión. ¿Están esos dólares sustentados en oro? ¿Es esa cifra una representación de la fuerza de trabajo? ¿De las mañanas y los desangres?
Y esto podría volverse una diatriba en contra de ciertas economías y modos de vida (y un ditirambo a favor de otras y otros) pero prefiero cambiar, hacerlo íntimo, y narrar en segunda persona.
Decir tú, porque hay un tú.
Un tú tan imposible, tan inconcebible para mí como esos 900 mil
millones dólares o la cuarta dimensión. Un tú que no fui capaz de prohibirme
pese a mis promesas y vocación de
sacrificio.
Ni yo tengo explicación, aunque bueno, preparaba el libreto de las clases pensando en ti; mi impaciencia era el afán de sentirme tranquilo, fresco… quizá por eso antes me aseguraba de hacer ejercicio a fuerza de Pet Shop Boys y Culture Club. Junto con la Weidman 12%, fuiste el gran estímulo de principio de año: una forma de mi sentido de recompensa.
Pero aún así, el del sábado, fue un momento imposible, inconcebible, cuartodimensional. Ser
capaz de cruzar el umbral del miedo sin duda, sin nada distinto a la necesidad
de acercarnos, luego de estos diecisiete meses de distancia y jabón, fue mi meditación trascendental: por un segundo – o menos
– se me hizo comprensible el multiverso, y lo disfruté: en esta dimensión fuimos
un abrazo, un roce; en otra, el latido de mi pecho; en otra, la voz de Lou Reed; en
otra, el narcótico que él se inyectaba y que le animó a componer aquella canción que nos
acompañó; en otra, el acorde Dmaj9 que debe estar en alguna parte de esa canción que quiero componer para nutrirme de tu voz
cada vez que la interprete; en otra, tu hermosa habilidad de crear espacios moviéndote…