martes, 16 de marzo de 2021

Por admiración y resignación, imitamos.

    Foto por June Juno

“Los noticieros viven de las noticias”. Esta premisa, además de una obviedad, es una advertencia. Tal vez los noticieros no solo viven de transmitir “noticias”, sino que también viven de hacerlas, de transformar cualquier espacio en posibles escenarios “noticiosos”: la calle vacía, la plaza pública, una llanura, una selva, tu habitación. En consonancia, moldean –crean- su propio consumidor, su comunidad, sus confiados fanáticos, sus creyentes. Su tono es narcisista –redunda en su historial- alarmante, catastrofista. Según su lógica, hay que estar bien informado, y estar bien informado es saber de los conflictos en medio oriente, pero no lo es tanto saber preparar un buen plato de lentejas; o también, estar bien informado, es conocer las políticas que el gobierno deja ver, y no comprender cómo la realidad en Colombia se desarrolla a manera de bucle, sin estrategias sino de manera improvisada, centralizando el poder en unas cuantas familias y terratenientes – el frente nacional nunca se acabó: se transformó.


Cuando Daft Punk se separó, todos los noticieros quedaron maniatados: no podían hacer del suceso algo más noticioso: no pudieron exprimirlo: no había cómo. Solo tenían lo que había: un video que lo decía todo sin valerse de media explicación. Los medios esperaban una reverencia de parte de los Robots y ellos no se la hicieron: nunca se la harían.

Esa tarde descubrí que soy un adicto a ese tipo de realidad que promueven los noticieros. Necesitaba más del fin. Un post de Instagram, un comunicado, una entrevista, una gira de despedida. Hasta en este sentido, Daft Punk me cuestionó como lo había hecho siempre: enseñándome un modo y un camino. No por ser vanguardistas fueron los mejores: su superioridad reside en la elocuencia potente y tranquila con la que siempre procedieron.