Foto por June Juno |
“Los noticieros viven de las noticias”. Esta premisa, además de una
obviedad, es una advertencia. Tal vez los noticieros no solo viven de
transmitir “noticias”, sino que también viven de hacerlas, de transformar
cualquier espacio en posibles escenarios “noticiosos”: la calle vacía, la plaza
pública, una llanura, una selva, tu habitación. En consonancia, moldean –crean-
su propio consumidor, su comunidad, sus confiados fanáticos, sus creyentes. Su
tono es narcisista –redunda en su historial- alarmante, catastrofista. Según su
lógica, hay que estar bien informado, y estar bien informado es saber de los conflictos
en medio oriente, pero no lo es tanto saber preparar un buen plato de lentejas;
o también, estar bien informado, es conocer las políticas que el gobierno deja
ver, y no comprender cómo la realidad en Colombia se desarrolla a manera de
bucle, sin estrategias sino de manera improvisada, centralizando el poder en
unas cuantas familias y terratenientes – el frente nacional nunca se acabó: se
transformó.
Cuando Daft Punk se separó, todos los noticieros quedaron maniatados: no podían hacer del suceso algo más noticioso: no pudieron exprimirlo: no había cómo. Solo tenían lo que había: un video que lo decía todo sin valerse de media explicación. Los medios esperaban una reverencia de parte de los Robots y ellos no se la hicieron: nunca se la harían.
Esa tarde descubrí que soy un adicto a ese tipo de realidad que promueven los noticieros. Necesitaba más del fin. Un post de Instagram, un comunicado, una entrevista, una gira de despedida. Hasta en este sentido, Daft Punk me cuestionó como lo había hecho siempre: enseñándome un modo y un camino. No por ser vanguardistas fueron los mejores: su superioridad reside en la elocuencia potente y tranquila con la que siempre procedieron.