lunes, 17 de julio de 2017

Titula


La somnolencia permanente a lo largo de estos diez años de intenso beber. A los catorce, cuando probé el ron, supe que los guayabos me marearían a tal punto que la realidad me parecería un sueño débil. Las ganas de quedarme dormido eran también ganas de despertar. En sí, el mareo venía con la necesidad de brisa fresca dentro de mi cabeza, de lucidez, de aligerar la congestión ocular. Durante esta época que podría (¿debería? ¿quisiera?) llamar mi primera juventud, he intentado tomar las riendas y parar por uno o dos meses, al menos. Pero nada. Sólo pude cuando una alergia en la piel, devenida de mi tomadera y un roce sexual, me obligó a dejar de beber. Sentía calor en la piel, la cual, en la cara, era mezcla de enrojecimiento y escamas. Era como si me fuera a convertir en un ave y me estuvieran saliendo las primeras plumas cortas alrededor del pico. Pero este tener que hacerlo no fue tomar conciencia. Me la pasaba durmiendo, alejándome de esos días lo más tranquilamente posible para luego volver al bar, apoyarme, sacar el billetico otoñal y pedir una dorada. No es que haya dejado de ser alcohólico, simplemente dejé de beber. Los años pasaron, luna menguante mi vida, así la edad indique lo contrario. Vivir con guayabo, con sueño, con esa sensación de no realidad, de días granulados, de solo habitar lo que soy capaz de crear o leer, es algo más que una consecuencia. Es un modo de vida. Un condicionante. Un filtro. Una vida. Los fondos son cimas disfrazadas de simas: el techo se derrumba y metros abajo, compruebas otro suelo. Te pegas la fiesta ahí. Es tu fondo. Más abajo es imposible caer y bueno, en este nivel aún hay luz y una mesa de billar... pero, ¡oh, no! ¡este suelo ha cedido! Y otro piso abajo vuelves a descubrirte a gusto y no estás mal. No es tan solitario como creíste. No es tan sombrío. Hay personas, amores, risas y romances. Pero no hay día siguiente. Hay otra noche y otros preludios de fiesta, pero no día siguiente. Esa mañana no vuelve, ese frío matutino que de niño te hacía sentir parte de un todo que gira, no está. Orbitas tu mundo, ves los papeles desordenados en el escritorio, las ideas de canciones, los archivos de Word, las carpetas con nombre temporales que creaste hace más de dos años. Es momento de aprender a celebrar escribiendo y grabando, amigo Juan. Perdonarte, ya no por el hecho de haber perdido el control, sino por crear algo que si bien no alcanza a ser tan bueno como tú quisieras (que no cumple con tu pasajera idea de perfección), sí corresponde a una búsqueda íntima y que tal vez debieras dejar salir de ti con técnica y buen gusto. Es momento de sentir alivio luego de dormir. De sueños lúcidos de los cuales puedas despertar.