lunes, 29 de abril de 2024

Creo comprender los motivos

 


Vivo inmerso en relatos épicos, confusos y exigentes. Se evidencia en un hecho: es general el equívoco de considerar a los escritores, sabios. Es decir, creen que porque nos gusta crear con palabras, ideas, personajes, dramas y rimas, e indagar en las probabilidades expresivas, estamos aspirando a la sabiduría. Hay cierta épica en insistir en llamar "sabiduría" a la más elemental sensatez. 
Y, aún así, toda réplica suena aún más épica que los mismos relatos que merodean por los entornos:

Durante una charla en un colegio, el más atento de los niños le pide al escritor un consejo de vida. Casi como un acto reflejo, el escritor le responde:

    - Mi consejo es que no le pidas consejos de vida a ningún escritor.

Los ojos de los asistentes se abrieron, como saludando las cicatrices de oro y plata que recién se asomaban. Le trataron luego como a uno de los suyos, lo comprendieron similar: ingenuo, temeroso,  insular.  

lunes, 22 de abril de 2024

Comunicador

 

Foto por June Juno

Algunas preguntas suelen renovarse. Las soluciones se gastan cuando no se olvidan; ya no hay tiempo para rumiar en los diarios ni para rememorar los tratados de paz pactados consigo mismo. No sé si esto sea una prueba de que las crisis existenciales no son tan propias ni tan personales, pero a mi modo de sentir, lo que sí demuestra, o al menos sugiere, es que las respuestas, su efecto pacificador, no funcionarán para siempre. No sé si estén sometidas a una fecha de caducidad, porque esas conclusiones, las mismas que ya no logran resolver nada en uno, puede ser que sí le sirvan a otras personas. 
Así, el clásico y burbujeante interrogante ha vuelto: ¿qué soy yo? ¿en qué consiste mi hacer? 
Mezcla de inercias y experimentos, mis rutinas contienen el acto consciente aplicado a la canción, a la poesía, a la danza, a la docencia. Fui jam hasta que fui palabra. Me establecí en ella, en la palabra, pero sé que soy más que un semiólogo, un palabrero o un cancionista: jamás sometí la música a la palabra; la melodía siempre ruge primero. Motivado por Rilke y por Capote, acerqué el periodismo a la poesía, pero sé que soy más que un escritor o un lector. La danza y el deporte son mis búsquedas más pacientes, y, quién lo creyera, se han vuelto ejes para movilizar cierta información. Y sí: fue esta expresión la que integró todos mis oficios. Soy un comunicador. Podría decir que narro, pero si bien la noción de narrador admite la presencia de un interlocutor, no la obliga; creo que el concepto comunicar sí exige más la esperanza de un otro. De ahí esta movediza, inestable solución.


domingo, 7 de abril de 2024

Una écfrasis que escribí en 2019

 

Una pijamada, quizás 

Copas de champagne a medio tomar en ambas mesas de noche. Tacones sin par aquí y allá, regados por toda la alcoba. Jóvenes mujeres, aún peinadas y maquilladas, están en ropa interior, sin cobija y soñando a ojo cerrado sobre los hombros de otra o sobre abullonados almohadones color esmeralda. En la parte superior del cuadro, casi en el espaldar de la cama, una morena que aún luce su collar de perlas, duerme de sienes unidas a una rubia algo intranquila, que se le aferra al hombro, como una diosa náufraga. Más abajo, sobre su muslo derecho, descansa otra brunette, abrazada a una rubia menos trigueña que carga, también sobre el muslo derecho, a una voluptuosa jovencita de inmensos aretes que no sabemos por qué está así: su brazo izquierdo se extiende hasta perderse por debajo de las piernas de otra; tiene la cabeza ladeada casi en un ángulo de ciento ochenta grados, boca abajo, con un body rosa en extremo ajustado, de nalgas al cielo. El rostro no se le ve, mas no por eso es más anónima que el resto. Descansa su mano derecha en las piernas de una jovencita de nariz respingada que sueña tranquila a pesar de estar recostada sobre el bracito de otra blonde, menos joven, que está a sus espaldas, justo en el borde de la cama. Este último par de muchachas, por el ángulo y el punto de vista, son las únicas que, de estar despiertas, podrían ver el rostro de Maluma, quien reposa en el centro de la composición, recostado sobre su brazo derecho, sin camisa y con todos estos cuerpos encima. Él sí tiene cobija y es el único que está con los ojos abiertos. No sabemos si la vigilia le ha durado la noche entera o si es que recién despierta. Su mirada de cansancio no contiene rastro alguno de satisfacción. No hay picardía, ni júbilo, ni plenitud, pero tampoco remordimiento o culpa. Solamente apatía de insomne. De sonámbulo. Tiene las axilas afeitadas; un tigre de tinta ruge en su pecho. La mano izquierda, teniendo tanta piel de hembra dónde posarse, cae apartada, con indiferencia, sobre su propia ingle, lejos del mínimo roce con alguna de esas chicas que le llenan la cama.  Por la luz, parece que ya es de día, y de todo, solo queda algo por resolver: si todas están vestidas, ¿de quién es ese brasier rosa abandonado en aquella mesa de noche, a la izquierda de nosotros, los espectadores?