jueves, 30 de julio de 2020

Reflexión cansina


Luego de leer a Jaron Lanier, siento que siempre estuve en lo correcto al desconfiar del impacto de las redes sociales. No es un proceder ludita ( o neo ludita ) apagarlas, cancelarlas, rasgarlas; es comprender que internet ha desvalorizado el trabajo de los músicos, y la música misma, amplificando a los haters, volviendo legal la payola. Hoy estoy realmente agotado. Mi sueño es lograr buena música; buenas obras, más allá de lo que el pop concibe como bueno, más allá del rock. Lograr canciones que muevan, que emocionen, que den paz. Eso es por lo cual trabajo arduamente.
Mi ego me dice: es imposible que no vayas a ser famoso. Tanto como descree de la muerte.
Durante mucho tiempo fantaseé más de lo que imaginé (imaginar es distinto a fantasear), pero hoy es diferente: en conjunto y en mi intimidad, cada día, trabajo arduamente para lograr comprender mejor las fibras de un buen hacer musical. Esa rutina, ese hábito, es lo principal. Lo demás es bullicio, como dice mi papá.
Hoy quisiera que aquella persona interesada en escuchar nuestra música, deba enviarnos un mail. 
Contactarnos. Lo gratuito no debe ser quedar a la intemperie. Queremos conocerlos. Vernos.
Las publicidades pagas, esas inversiones sistemáticas para ganar "views" y "followers" no solo tiñen las obras de números y cifras falaces, además agreden nuestro idioma (como si fueran palabras bonitas). Desde un punto de vista no es desperdiciar nuestro dinero; pero sí es un uso malicioso y falsamente estratégico. Y hay un momento en el que me duele, porque ese dinero no es mi dinero. Ese dinero es el dinero que como docentes obtenemos gracias a las familias que pagan por la educación de sus hijos. Sí: yo trabajo y me lo gano; pero mi florecer debe ser lo mejor de mí y este dinero debe ser aprovechado no por YouTube y las agregadoras, sino en torno a ideales más nobles.
No es que como agrupación queramos ser famosos; en el fondo, queremos ser parte de una industria que alimenta los sueños de las personas, que le ayudan a seguir, que alienta. La música es la industria de los sueños.
De la ensoñación.
La música nos convierte en protagonistas de nuestra propia vida.  
Y nos da fuerza para vivirla.

miércoles, 22 de julio de 2020

Si consumes mucha música de manera gratuita, eres un inconsciente egocéntrico (como todos nosotros).

La música es importante, pero ya muy pocos pagamos por ella. YouTube, Spotify, entre tantas plataformas, convirtieron a la música en un bien gratuito, o de muy bajo costo. Interpretarla, desde las cuerdas de la guitarra, es más costoso que cualquier suscripción mensual. A muchos les parece correcto, liberal, beneficioso; a otros, no les parece que esté bien, pero siguen consumiendo muchísima música de manera gratuita. A mí me parece realmente injusto porque es una devaluación del arte, y el hecho de que ahora sea gratuita afecta su creación, su producción, y somos muy pocos quienes seguimos invirtiendo millonadas a cambio de nada. La dirección del viento indica que nada va a cambiar, y más cuando hemos acumulado un poco más de 20 años de gratuidad. Los intérpretes y compositores noveles somos débiles, temerosos, limosneros de atención. Dejamos de amar la música, y optamos por soñar con hordas de estadio que coreen nuestros mediocres y monótonos coros efectistas. Hay varias opciones: renunciar a la idea de grabar y volcarnos a la calle, a los pasos viales, y cantar a los transeúntes, y volver a hacer de la música un acto único cuyo registro no debe ser obligatorio, y cuyas ganancias sean inmediatas, de moneda en moneda, de billete en billete. Otra opción, entre tantas, es generar conciencia en las personas por medio de campañas y propagandas y darles a comprender que no se merecen todo (que ninguno de nosotros se merece nada…) por el hecho de tener acceso a internet. Este fenómeno de Spotiy y de YouTube, y de libre acceso a la música de autores contemporáneos, es producto de una visión egocéntrica, de creer que el mundo nos debe algo. Y sí: ya la música es gratuita, como la pornografía, y mientras la consumimos en nuestros dispositivos móviles, estamos generando data, trabajando, sirviendo a los intereses de Google God. No se nos olvide que, a pesar del irregularizado y empobrecido consumo, grabar las canciones, las obras, cuesta tanto, exige tanto, como elaborar quesos madurados, o producir vinos. Tal vez en parte también sea actitud de nosotros, los músicos: nuestro empobrecimiento deriva de querer aglomerar, en vez de saber llegar a esos tal vez pocos que nos necesitan. Acumular views y followers (como si todos debiéramos ser Queen o Shakira), en vez de conmover a quienes con nuestra música somos capaces de conmover. Seguir la corriente y dejar de creer que la música es uno de los mayores lujos y que somos fundamentales para la construcción de identidad: la falta de autoestima nos llevó a esto. Hacer algo no es tan difícil: Seda, la obra de Alessandro Barico, particularmente la edición ilustrada por Rébecca Dautremer no se consigue gratis en ningún lugar. Es una edición de lujo y, aún así, es un libro que se vende por montones: las disqueras debieran aprenderle a las editoriales: los músicos a los autores.