El odio es una forma frecuente
del apego. Lo pienso luego de soñar con una escena: alguien, una persona
tristemente débil, sin capacidad de defensa, subordinada a mí, se encuentra en
mi cama. Simplemente está ahí, sentada o tal vez recostada, mirando la pantalla
de su computador. Yo advierto en este
gesto un abuso: “¿Por qué está ahí?”. Me ofende y accedo a golpear. Le rompo el
computador, le arranco parte de la ropa, la duermo a punta de puños. En un
momento, como indicándome, similar a cuando nos consienten rascándonos, me
dice: “ven, hazme por acá atrás, debajito de las paletas”. Entonces admito con horror su poder y salgo
corriendo a pedir ayuda. Me tiene capturado porque me ha hecho creer que yo soy
el que me manda, el poderoso, el que odia. Ser sumiso es una forma de atar, de
atraer, de convencer, de dominar. El que responde con odio o creyéndose más
fuerte, cae en una intrincada trama de apego: ya no es apego disfrazándose de
amor; algo peor: es apego disfrazándose de poder. Los tristemente débiles, los que
buscan arduamente por ser rechazados, se ahorran el esfuerzo de levantarse, y
desde su languidez dominan.
martes, 30 de octubre de 2018
martes, 16 de octubre de 2018
¿Cuánto es lo que dan?
La música jamás ha dejado de
estar contaminada por la lucha de clases, por la imposición de la élite. Quienes suenan en la radio son los hijos de empresarios
o actores de clase alta, personas a las que les resulta propia la ambición
difusa de la fama; bien fuera mediante el fútbol, la actuación, el canto o el
entretenimiento, su esperanza de base era ser famosos y su método era el pagar
por. La resonancia con la que cuentan es debida al músculo financiero, a sus
posibilidades materiales. Más allá de calificarlo de bueno o malo, este fenómeno es una condicionante que no debiéramos dejar de ver. Son miles las buenas
melodías que se están acallando no por méritos artísticos sino por las dinámicas
de mercado, dinámicas que benefician la música más monótona y redundante, la
más portable, la que se puede hacer sonar sin instrumentos. “Solo necesitamos
unos cuantos bailarines y mucha ropa”.
Ahora cuando escucho a un nuevo
artista sonando en la FM, busco en internet y lo compruebo: muchos son Yatras o
Vegas cuyo único mérito reside en ser hijos de tal y poderse pagar ese espacio
en la onda. Mi lucha actual está en no juzgar basándome en esta situación sino “libremente”.
Pero no siento nada. Todo es una baba de bobos, fácil zalamería,
sobreproducción, cuatro cuartos, “fría saliva de muerto”. Vuelvo entonces a
Cocteau Twins, a The Smiths, a los Rolling… pero mi obsesión no cede y
comprendo que también el hecho de que yo los esté escuchando corresponde a
dinámicas de mercado: Inglaterra sabe exportar su cultura.
Recuerdo entonces cuando me preguntaron
por la música urbana y de mi corazón salió una sincera alabanza al tango.
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