Del budismo: “El dolor es inevitable, el
sufrimiento opcional”.
De Freud: “El ideal es el malestar”.
El siguiente pensamiento es ahora constante en mí: mi
principal esperanza es sentirme fuerte ante lo que la vida misma contiene e
implica. Habiendo crecido en un país como Colombia y habiéndome relacionado con
mi realidad, a lo largo de 22 años, por medio de los noticieros y demás
informativos, crecí temiéndole a las tragedias y a los crímenes, sin hacerme
una idea sana de la muerte, de la vejez, de la escasez, de la
enfermedad y de los conflictos humanos. Sin admirar la indiferencia ni
pretender cierta frialdad, creo que hay situaciones inevitables en la vida y
que no constituyen algo de carácter trágico. Así por ejemplo, el cuerpo nos
empieza a doler; los sentimientos de una persona hacia uno cambian; casi nunca
a quien amamos, nos ama como quisiéramos; lo normal es que nuestros padres
mueran antes que los hijos; la tristeza y la melancolía son enérgicas e
inesperadas; la historia sigue siendo una ficción y empezamos a ser testigos de
sus creativas interpretaciones; cuesta ser la persona que soñamos ser y basta
cumplir algunos sueños para darnos cuenta de que eran sólo costosos caprichos;
habrán momentos de carestía y crudas soledades que deberemos vivir sin
paliativos ni culpabilidades… etcétera. De eso y mucho más creo que está hecha
la vida y procurar valorar la experiencia implícita en cada vivencia, tal vez
nos relacione mejor con nosotros mismos y nos permita un autodescubrimiento
menos exagerado, tal vez más discreto y, eventualmente, más asertivo.
Recientemente he empezado a vivir ese denso día a día. He
empezado a ser consciente, de una nueva manera, de mi condición mortal y de
cuán perecedero es todo lo que me rodea. Esto me ha llevado a buscar refugio en
ciertos excesos pues no es sólo que todo lo experimente con una melancolía
anticipada, como si me encontrara hablando con fantasmas todo el tiempo, sino
porque a razón del peso simbólico de todo aquello que siento que me falta por
crear, he empezado a temerle a la muerte
en vida tanto como a la muerte en muerte. Quiero decir:
eso que me falta por crear no es algo que tenga que hacer; es, en sí, algo que
necesito hacer para experimentarme, para sentirme a mí mismo, para saberme
vivo, para ser quien se supone estoy llamado a ser, y esto incluye ideas
literarias y canciones, viajes y rituales. En una inversión con respecto a lo
expuesto: vida en vida para vida
en muerte... supongo.
De cierto modo día tras día debo enfrentarme a un apagón sentimental, haciendo referencia a la canción de
Virus. A veces incluso me cuesta querer a alguien nuevo. Me cuesta salvarlo de
este momento personal que vivo y quererlo sin interés, y aunque sé que no hay
sentimiento no interesado (el interés puede ser de tipo metafísico,
intelectual, sexual…) me refiero al vulgar interés oportunista de buscar y
exigir en alguien una estabilidad económica, laboral o emocional que implique
para ese otro una renuncia a todos sus planes como individuo, una turbación de
su intimidad, un total entrometimiento en su existencia.
En general, he de responderme de modo más convincente a las
preguntas de siempre: ¿Cuál es el sentido? ¿Qué importa todo esto? ¿Qué será de
mí?... esto dado alrededor de la necesidad imperante de estar presente, de ser
entre los demás procurando que cada acción devenga no del miedo estéril sino
del amor, y ya que amor es un término muy ambiguo, pues diré que es mejor
actuar motivado por la necesidad de un encuentro benevolente con nuestro
entorno, con las personas dentro de éste y con los lenguajes tejidos por ellas.
La fortaleza es el fruto, el resultado, de un cuerpo mayor,
de un proceso. Esa fortaleza creo que resulta, en mi caso, de una confianza en
mí mismo (no me refiero a un envalentonamiento de sí), de saber que he vivido
de acuerdo a mi cosmogonía y que he nutrido el sentido con el que he llenado mi
vida (luego de vaciarla) haciéndolo expansivo, incluyente y más íntegro. Creo
igualmente que la fortaleza, en tanto a la persona, es el modo como la paz
logra sobreponerse a los impulsos violentos dentro de uno, y cuando hablo de
impulsos violentos me refiero a fuertes tendencias como lo es la autocompasión;
extinguirlos me parece imposible: controlarlos, un propósito emocionante.