"Hola, Luis Fernando.
Esta historia, verídica, con algo de picante patojo, es de nuestra familia y, especialmente, de la envidia que corroe a los patojos.
Son recuerdos de primera infancia, cuando vos me preguntaste sobre la arquitectura de la casa Ulloa en la calle 3 No. 4-44 de la noble, hidalga y procera urbe payanesa.
Resulta, mi caro amigo, que las muchachas del servicio no duraban mucho en mi casa paterna, no por causa ni de mi viejo, ni de este párvulo, sino que salían despavoridas a causa de un espanto nocturno que no las dejaba dormir y las aterrorizaba...
Hubo sesiones espiritistas, cadenas de oración por parte de las Damas Grises (de las que mi madre había sido cofundadora), de todas las tías Castrillón y muchas otras familias amigas... Y nada: el bendito espanto no cesaba en sus apariciones...
Un buen día, se dejó caer en casa mi tío padre, Pachocas, que de Pradera lo trasladaban a Palmira con el fin de que organizara la parroquia de La Trinidad, pues el Padre Mosquera ya estaba muy viejo y requería de mucha colaboración, toda vez que era la parroquia desde la cual se hacía la catequesis, los bautizos, matrimonios, misas y demás temas católicos a los ingenios azucareros, sus mayores benefactores.
Pues bien, Pachocas, armado con Biblia, agua bendita, ornamentos y enorme valor, esperó una noche al espanto en su propia morada. Recuerdo rezos, jaculatorias y "ayes" nocturnos por parte de mi madre y las tías, hasta que el espanto se dejó ver a eso de las 4 a. m.
Efectivamente, primo: se trataba de unos fuegos fatuos, que iluminaban la alcoba del servicio, pero que, a su vez, indicaban que efectivamente había algo enterrado...
Con la debida aprobación de las "tías" Caicedo, mi madre hizo excavar en el sitio donde había brillado el fuego y se encontró la osamenta de alguna persona a la que se habían podido llevar la "llorona", el "guando", o cualquiera de los espantajos con el que calificaban las señoras del servicio al fuego fatuo.
El epílogo, mi apreciado Luis Fernando, es que, tras el levantamiento del cadáver y su debido entierro en camposanto, el espanto le devolvió el favor a mi madre, regalándole el premio mayor de la lotería, con lo cual se pudo adquirir la casa de la calle 1 No. 3-33. en la cual vivimos hasta el terremoto del año 1983.
Historias de familia para compartir."