Aunque todo lo atraiga
hacia sí, ella es insular. Linda, atemorizada, aislada y emergente. De raíces
enfriadas por el rocío de los jardines que decoran sus lomas. Rejas, parques y
campanarios; de entre las tejas y los ladrillos, escurren y brotan las enredaderas
indiferentes y abrasivas, como pandillas silentes que algún día nos sumergirán de
tierna manera en sí y harán que, al pasar, el anciano piense ante el lóbrego
panorama: ¡cómo está de acabada Medellín! ¡Se marchitó como suavemente se
marchitan las flores de las silletas!