martes, 29 de agosto de 2023

Fetiche, fetichismo, fetichización

 

1. 
El siguiente texto es un boceto, una reacción a la deriva. 
Una emergencia  - imprecisa - hace que se detenga la obra y que se enciendan las luces del escenario. Luce ahora desangelado, con los andamios expuestos, pero en semejante sencillez se presiente la importancia de esta pausa. Más que una interrupción, es un énfasis: la escena se podrá nutrir de este acontecimiento.

Todo empezó con un balbuceo de diván:  
- "Fetichizización... no sé si esa palabra exista".
- "Fetichización, sí. Sí existe".

Salí y la googlié. Lo primero que hice fue precisar su sonoridad, sus sílabas, su silueta.
Luego me encaminé por otras búsquedas relativas: fetichización, fetiche, fetichismo.
Esta averiguación fue un vértigo: llegué así a un camino trazado por semáforos verdes, uno tras otro. 

2. 
Según la RAE, "fetiche" es: 
"Ídolo u objeto de culto al que se atribuyen poderes sobrenaturales (...)"
Pensé en la Gibson Les Paul, en la Fender Stratocaster, en el Fender Jazz Bass, en los Converse, en los cuerpos. En Michael Jackson, en Prince, en la atmósfera que rodeó a Julian Casablancas, en el hecho de tener a Cerati a un metro de distancia, en las personas producto de la sociedad del espectáculo, en mi banda Las Deseo. En los museos, en la cosmogonía de Salvador Dalí, en el mantra del que me valgo para meditar, en los dispositivos culturales. En la paloma blanca de la paz, en la lechuza blanca de la muerte, en los anillos de compromiso, en el Blue Label ("elissir"), en los mensajes y las fotos que no somos capaces de borrar, en un par de canciones. 

No encontré en mí algo que no estuviera activado por el mecanismo del fetiche. 

De hecho, el mismo diccionario de la RAE contiene algo de fetiche al ser esa supuesta autoridad del idioma. Es un libro mágico.

3.
Fue impactante tal serendipia.
¿Acaso mi vida, todas mis creencias, están fundadas en el fetichismo?
La certeza se enfrentó a una primera resistencia, pero esa resistencia se transformó en resignación: a muchos nos enseñaron a ser católicos por medio del fetichismo; prendemos velas para elevar nuestro ánimo; los paisas sabemos que una camioneta blanca polarizada o un Rolex sí que tienen poderes mágicos; los músicos emergentes comprendemos la fuerza del chulo azul de verificación en las redes sociales. 

El fetichismo, a su vez, la RAE lo define como "culto de los fetiches". También, otra definición es:
"Desviación sexual que consiste en fijar alguna parte del cuerpo o alguna prenda relacionada con él, como objeto de la excitación y el deseo". 
De esta última definición, me fastidió el término desviación, ya que contiene el juicio, libera esputo, señalamientos y acusaciones sobre dinámicas relacionadas con el juego, la seducción, el trato tierno, la inventiva en la manifestación del cariño. Sin llevarlo al extremo de las perversiones, ¿qué define que tal preferencia, que tal acto sea o no una desviación? 
¿Qué define la rectitud de la línea en el ámbito sexual? 
¿Qué sería entonces una sexualidad absolutamente libre de desviaciones? ¿Qué, en el ser humano, no es una desviación del deber ser y del deberías? 

4.
No dejo de presentir las penumbras: me he ofrecido como fetiche y he amado a mujeres a quienes he fetichizado, aunque comprendo que no todo deseo ha sido marcado por la mecánica del fetiche. 
Sé de personas que se afanan por tener pareja porque les encanta la sensación de ser infieles. Ser promiscuas sin pareja no les gusta tanto - según cuentan.
En lo personal y específico, ¿qué no es un fetiche? ¿En qué momento no me ofrezco a través de este mecanismo? Parece difícil saber andar a lo largo del filo: algunas mujeres me han confesado su deseo en comentarios que fácilmente podríamos considerar fetichistas: le gusto porque soy alto, porque soy pálido, porque leo y escribo y me les parezco a un vampiro (este comentario lo hacen a manera de elogio...); les gusto porque ven en mí algo de inteligencia y sensibilidad; porque toco bajo, guitarra y canto... y en esta interpretación que surge de la fetichización, mi obra se ve banalizada. En el juicio del otro se ubica mi hacer dentro del marco de un pavoneo, y pues no: si escribo y compongo y canto y me muevo en escenarios, no es para "valorizarme" como objeto mágico: lo hago para sentirme completo. Es un gusto, profundo y grave, como el de respirar.

Quedo pensando ahora en algo, de momento, para mí, inefable: la relación entre prestigio, prestidigitación y fetiche. A esto se suma una pregunta menos excesiva y turbia, aunque ciertamente lúdica: ¿se puede ser humano sin ser fetichista?

sábado, 19 de agosto de 2023

Un solo tema

 


Introducción:
Cuando toda risa es burla; cuando la esperanza, es solo lujuria: llega el momento de hablar de dopamina, de fugas, de - más o menos - la vida.

Dos maneras de mirar según la ciencia:
El doctor De La Rosa, para contarnos cómo funciona el cerebro, nos indica que hay dos conceptos clave: mirar hacia arriba y mirar hacia abajo. A la ascendente se suma el mirar lo que está lejos; a la descendente, el mirar lo que está cerca. Para procesar cada una de estas dos maneras, nuestro cerebro se sirve de un grupo de neurotransmisores específicos. Para mirar hacia abajo, lo que tengo cerca, lo que consumo, esa comida fácil de adquirir, usamos serotonina, endorfinas, endocanabinoides. Para mirar hacia arriba, lo lejano, eso que me cuesta más trabajo conseguir o lograr, participa la dopamina. El problema surge cuando me empeño en gastar la dopamina en fantasías: cuando insisto en gastar el combustible previsto para recorrer grandes distancias, en circuitos cada vez más cerrados en las mismas recompensas inmediatas, a fuerza, principalmente, de auto engaño y autocompasión. 

Dos maneras de mirar según una enseñanza budista:
Creo que fueron los monjes del Tibet quienes nos enseñaron que hay dos maneras de mirar: la del león y la del perro. Lo precisan así: "si lanzas un palo lejos de un perro, este va correr detrás del palo. Pero si lanzas un palo lejos de un león, este te perseguirá a ti. Con el fin de encontrar la esencia, tenemos que mirar hacia la dirección correcta: hacia adentro."
Yo me atreví a entenderlo así: la mirada del perro está centrada en el no- centro, es decir, en el centro efímero, o sea, el estímulo: la pelota, el hueso de caucho, la migaja de pan, el otro perro. Lo suyo es husmear, y sobrevive en la dispersión de un presente que no cesa de variar: va de aquí para allá, ladra, atiende. Por eso, un perro cazador debe ser entrenado en la mirada del león. Seguramente la viste en el zoológico o en algún programa de Animal Planet: al león no lo distrae de su cebra otra cebra. Sin vivir al acecho, su orientación es definitiva. No se queda en el rato, sino que cruza las nubes del hoy y se aloja en eso que considera su objetivo.  

Avioncitos de papel
La fuga de energía - por ejemplo, la tensión - conduce a la lesión. En la conducta, ¿qué puede tener registro e impacto de fuga? Recientemente he evaluado mi manera de relacionarme con las demás personas: si bien he sido disciplinado, me he sabido rodar por estímulos más que efímeros. Sí: he situado mi mirada en lo alto y lo lejano. He procurado cuidar mi combustible, mi dopamina, pero también me he dejado llevar distraídamente por los caminos cortos de la recompensa cada vez más inmediata. He procurado ser mirada de león, pero no me es ajena la mirada de perro. La lesión emocional, sentimental, surge de este hábito: de perseguir los palos que mi mente me lanza. Abandonar la introspección que es rugido, que promete sendas largas: y no estoy hablando de viajar y acumular kilómetros porque sí (el león no huye): me refiero a la construcción vital, de una obra - un libro, una canción, un movimiento - en mi caso.
Y duele a veces volver a los borradores del mail, a las páginas de los diarios, y ver todas esas posibilidades abandonadas: las imagino en perpetua espera, a libro cerrado, conmigo en una gran fiesta beoda  en Carlos E. o en el Parque del Poblado, o regalando mi soltería o banalizando mi afectividad en relaciones cada vez más impersonales y prescindibles. En tiempos en que empezamos a comprobar los riesgos a los que conduce alabar la debilidad y perseguir la fortaleza, trato de invitarme a ser fuerte y cuidar y proteger y cultivar esa penca delicada que es la obra que se logra con imágenes, voz y palabras. Estoy seguro de que a ningún poeta le gustaría que comparase su obra con un Kfir, pero es inevitable para mí verme ante sus textos como un avioncito de papel.  Sí: sé que ellos preferirían ser el avioncito de papel, pero dispongo de este símil para darle un cierre y agrupar todo lo que hoy he escrito: las fugas, la mirada baja y cerrada en lo inmediato, me convierten en un avioncito, que pudiendo ser de cualquier material, se limita al vuelo corto de un impulso, se limita a ser, quizá, de servilleta.  

miércoles, 9 de agosto de 2023

Una canción escrita por mí en el 2015 llamada "Grima"

 



Entre montañas joven me fermenté
Constantemente me prendí.
Cóctel de miedos, tragos de lucidez
Sombríamente, sombríamente igual
Vulgarmente igual
… cuánto me pesa al despertar.
 
Sobre la cama otro íntimo error
Humanamente dije sí
Mal de apariencias
Egoísmo para dos
Sombríamente, súbitamente el sol
Brilla con estrés
… Cuánto me pesa al despertar
Sombríamente igual
… el sol se asoma con estrés
 
Entre montañas joven me fermenté
Entre placeres me evadí.

domingo, 6 de agosto de 2023

Sobre un cuento de Ana María Maya

Foto de Luis Cano/Agosto de 2007

Año 2007. Me llega a Messenger un mensaje de mi amiga de MySpace Ana María Maya: había escrito un cuento y quería saber si yo estaría dispuesto a leerlo. Por esos días yo estaba obsesionado con William Burroughs, con Stone Temple Pilots, con el unplugged de Alice in Chains, con Juanita Dientes Verdes, y con Bazuka! (agrupación de la cual yo era el bajista). Mi estilo de escritura – bajo el seudónimo “El Bailarín Sin Son” - tendía al grunge y a la fantasía enfermiza: escribir era expresar mi interés por la heroína, los ácidos, las metanfetaminas, todas sustancias de las cuales supe abstenerme a pesar de lo próximas que llegaron a estar. Mataba personajes en tramas que supuraban narcisismo y autocompasión, y esos personajes eran impulsos, imágenes, voces apresadas en un hedonismo sórdido que yo me aseguraba de representar a fuerza de cada vez más rebuscados adjetivos (hipnotizado por la música del discurso que sabía entonar Martín de Francisco en sus entrevistas noventeras). 

El cuento de Ana María se llamaba Entre cigarrillo y cigarrillo, y al leerlo sentí rabia. Quedé desecho. Era yo el que se presentaba a sí mismo como "un escritor". Era yo quien no paraba de ufanarse de haber escrito textos, reportajes y crónicas para la Universidad y la prensa local. Era yo quien se permitía beber aguardiente hasta perder la consciencia y quedar a oscuras, inscrito en esa urgencia estética que era mezcla de cómodo escepticismo, labia y malditismo. Y ahora, aparecía ella, fácilmente (o al menos así lucía), y me enseñaba cómo narrar algo de un modo tierno, amable y respetuoso con los personajes; sin afectaciones - siempre innecesarias -; sin usurpar la intimidad a favor del drama, y a través de gestos y diálogos verosímiles. Cerca del final (el cual es precioso porque queda abierto y le da vía vital a los protagonistas) hay una joya: “…y el sofá se hacía cada vez más pequeño”; esta insinuación la fui comprendiendo mejor con los roces y los romances y, me parece, es tan bella como precisa. No recuerdo qué le dije una vez lo leí; tal vez diluí el profundo impacto en la extravagancia o el mero elogio; el caso es que si antes ella me gustaba, ahora no podía sino gustarme muchísimo más, y esto me hizo sospechar de que, quizá, mi experiencia, este goce estético, estaba velado por la atracción y el apasionamiento.

Año 2017. Octubre. Recién comenzaba a darle forma al libro que publicaré próximamente. Revisando las ideas que había extraído de los computadores viejos, me reencontré con el cuento de Ana María. Volví a disfrutar de la suavidad de su poderosa narrativa. Comprobé que el cuento me fascinaba independientemente de los factores personales. El valor que tiene para mí es el de una enseñanza, enseñanza que cuenta con un significado especial, que destaco y que deseo compartir, primero, porque proviene de una fuente viva, fraternal, directa, y, segundo, porque surge de una niña que quiso escribir algo por íntima necesidad, sin mayores pretensiones literarias. Lo que este cuento logró en mí fue convencerme de que no toda obra debe incluir tragedias, ni peleas, para ser deleitoso y estimulante, y que “conflicto” no es sinónimo de “dolores”; las ruinas de la cotidianidad como única fuente cierta y digna de belleza: los clichés son clichés porque, además de ser genuinos y exquisitos, bien supieron ganarse su lugar.

Persona que llegas a estas líneas: espero que lo disfrutes tanto como yo.


Entre cigarrillo y cigarrillo

por Ana María Maya.

Era una tarde como las otras, de esas que no se prestan para pensar mucho, esperadas, prevenidas; predecibles. Su ropa se veía desgastada y el maquillaje, ya corrido, dejaba mucho qué desear. Entró a la casa agitada, con el cigarrillo en la boca, las llaves en una mano y una bolsa en la otra; con las tristezas que los años habían guardado en ella y la sonrisa cansada que la acompañaba a diario. No tenía mucho por hacer; las pocas cosas que hacía las hacía inconscientemente, su vida era una rutina casi sagrada que seguía al pie de la letra día a día, llena de monotonía, cigarrillos y café. No dudó, se sirvió una taza de café frío mientras saludaba a su gata anciana y gorda y se sentó en el viejo sofá que albergaba monedas, pelusas, y uno que otro pedazo de comida y que nunca se había atrevido a limpiar. Repasó algunas páginas del periódico local y recorrió, como solía hacerlo, las esquinas de su aparta-estudio.

- No estaría mal una capa de pintura - Se dijo como todas las tardes a las 6. Sabía, igual, que nunca tendría con qué comprar pintura, y que también, le faltaba ánimo y determinación. Acarició a su gata mientras le daba una larga calada al cigarrillo y se dirigió hacia su habitación caminando lento como lo hacía siempre. Cuando estaba a punto de dormir recordó que no había comprado pan y como nunca antes decidió pararse y salir a buscar; lo que la sorprendió. Cerró la puerta de su pequeño apartamento y se sumió en la oscuridad de una noche que se aproximaba, acompañada solamente de cigarrillos y una vieja chaqueta de cuero.

 

Él, en cambio, caminaba sin rumbo fijo, divagando en las calles oscuras que recorrían la ciudad. La decepción lo acompañaba pero cada paso era firme a pesar de su inseguridad. Su historia era más simple y común. Engaños, mujeres y tequila; esas cosas que nunca faltan en la vida de un hombre de clase media que no ha encontrado el amor a pesar de dormir con una mujer.

- Nunca había estado tan llevado del carajo – pensó mientras tropezaba con una piedra y escupía al cielo palabras no muy agradables de escuchar.

Él era joven, y estaba bien vestido. Había apagado el celular y aflojado su corbata. En sus ojos negros se veía el engaño, la tristeza. El corazón le latía rápidamente y se sentó un rato en una esquina debajo de un farol igual de triste que él. Al poco rato, se sentó ella a su lado. Ya había empezado otro cigarrillo y al verlo ahí, sin dudarlo, le ofreció uno.

- Tenga, le va a hacer bien, siempre hace bien. - Le dijo.

Él, desconcertado y con los ojos bien abiertos lo recibió agregando

- Los médicos no dicen eso; hm… los médicos no decimos eso -

-Por eso es que está así, ¿ve? - repuso ella en un tono sarcástico y luego rio.

Él ignoró aquel comentario y miró al piso ya fumando. Ella, en cambio, lo observó fumar, se sentía renovada; un sentimiento extraño la invadió. El simple hecho de verlo la hacía enloquecer y con cada calada él se adueñaba de sus ojos tristes. Nunca había visto a alguien fumar con tanta pasión y por un momento sintió envidia y ansiedad. Encendió otro cigarrillo.

La bolsa de panes empezó a pesarle y el cigarrillo se esfumó rápidamente. Fue poco después que la lluvia decidió acompañarlos.

Ella, dándole otro cigarrillo lo invitó a su apartamento; la lluvia, seguramente, dejaría de molestarlos. Él respondió con un “de acuerdo” marchito y mojado. Ella entró primero, esta vez menos agitada, con su cigarrillo y completamente mojada. Él la siguió sin vacilar.

- ¿Otro cigarrillo? ¿Café? ¿Periódico? - preguntó ella.

- Café, café estaría bien - contestó él con la mirada perdida.  Ella rio mientras se dirigía a la cocina por el café y descargaba la bolsa de panes.

- Tenga, lo calentará un poco, sólo un poco.

Él sonrió, por primera vez en toda la noche, y recibió la taza vieja. Bebió todo el café y de repente se encontró sentado en el sofá.

- No estaría mal una capa de pintura - dijo él tras un largo silencio pero luego maldijo por haber pensado en voz alta. Ella sólo lo miró y luego rio casi por minutos. Nunca recordaba haber reído tanto. Asintió con la mirada y con su cigarrillo en la boca, observando sus ojos; negros como la noche.

Después; se perdieron por horas en el recuerdo de sueños casi marchitos y el sofá se hacía cada vez más pequeño. Eran sólo dos almas mojadas por las lágrimas de los engaños que la vida misma les había brindado.

Amaneció después de una noche larga empañada por la lluvia.

Ellos, después de tomar un café, salieron a comprar pintura blanca y una nueva cajetilla de cigarrillos.

Es inútil contar lo que pasó después. Basta simplemente con un día lluvioso, un cigarrillo y un buen café para saberlo, imaginarlo y hasta poder vivirlo.