En enero de 2022 empezó la molestia: una tensión, un dolor vago, en alguna parte entre mi omoplato derecho y la columna. A veces, lo sentía en mi hombro o en el cuello, cerca ya de mi garganta - siempre en el mismo lado. Acudí a varios profesionales de diversa clase de enfoques clínicos: medicina tradicional, medicina tradicional china, terapia neural, reiki. Un par me sugirieron preguntas que consideré caducas pues ya las he tratado a lo largo de mi proceso psicoanalítico. También me hablaron de la posibilidad de la fibromialgia, pero la misma naturaleza del dolor evadía esta hipótesis: cuando descansaba un par de días de mi rutina de ejercicio, la molestia se iba. Igual, nunca dejé de lado la actividad física y, como lo recomienda Jeff Cavaliere, no entrené alrededor del dolor sino a través del dolor. En ningún momento sentí que estuviera lesionado, ni tampoco tuve que tomar calmantes o relajantes musculares: con cuidado, neutralidad, constancia y atención supe bailar, armonizar, con esta incomodidad.
Algún día, a inicios de febrero de este año, luego de un set de velitas (o push ups) apareció el dolor. No sé por qué no se me había ocurrido (así como a ninguno de los profesionales a quienes recurrí), masajear mi pecho: era un puntico exacto, cerca de mi esternón, en la raíz donde se divide mi pectoral derecho en su porción superior y media. Al tocarlo sentí un placer que deseo para ti también: una calma, un gusto de haber dado con la fuente del malestar. La dolencia no se expandía hacia los lados, sino que se irradiaba hacia adentro, hacia el fondo: lo que yo sentía en mi espalda era un eco, una sombra. En mi pecho estaba ese foco de dolor. Masajearlo era traer paz a mi vida, serenarme, satisfacerme. Una fácil metáfora, entonces, surgió casi involuntariamente: "pasa igual con la mente, con los traumas, las fobias, la ansiedad, los duelos, la ira... Saber ubicar el origen de cualquier fenómeno, nos permite identificar, comprender, su sentido".
En ese momento me sentí muy bien, a salvo conmigo mismo.