Foto por Valentina R. Flórez & Flores, amiga. |
¿A quién
le escribo esto, sino a mí mismo? ¿Con qué otro objetivo sino el de liberarme,
el de narrar las impresiones que me deja tu paso por mi vida, que concluye
ahora con tu muerte física? Alguna vez creo que hablamos de eso, de la teoría
del cuento de Piglia: no son lo mismo final, cierre y conclusión. El final que
yo te solicité fue tal vez tan brusco como inesperado; el cierre te lo dejé a
ti y me siento agradecido por la forma
como quisiste que se fuera dando, es decir, silenciosa, paulatinamente. No me
informaste de tu diagnóstico, que más que eso era una sentencia que contradecía
los buenos resultados de la tomografía de marzo, resultados que impulsaron en
mí injustas esperanzas, y que me llevaron a demandar en extremo, a pedirte
demasiado. Noto ahora que mi ingenuidad puede llegar a constituir mi peor y más
nocivo vicio. Me enteré de que estabas mal, que te habían hospitalizado,
pero ya estaba acostumbrado a que ibas y salías del hospital con rutinaria
facilidad. Que feo: ¿pretendía acaso que tú podrías llevar una vida sumida en
tanto, tanto, tango dolor, entre cuidados
paliativos y líquidos de contraste? ¿Con tu closet convertido en una farmacia?
¿Con una aguja colgando del extremo superior derecho de tu pecho?
¿A quién
le escribo esto sino a mí?
La distancia que impusiste el último mes a través del silencio radical, es algo que me facilitó todo esto, y que – nuevamente – agradezco, valoro y asumo como un valiosísimo regalo, porque me permitió estar tranquilo, en vez de cargarme de nervios, sintiéndome incapaz, inepto, ante lo inevitable. Escribo ahora para hacerme caer en cuenta de todo lo que tengo por aprender de ti, y para reconocer que desde aquella primera charla, una de las pocas tardes soleadas del enero de este lluvioso 2022, en esa mesita de la U, remojando la palabra en agua y nada más, me animaste a reconocer la vitalidad en todo lo existente. Pienso ahora en ese fragmento de Oscar Wilde que nos compartimos: con el material de la escultura de "el dolor que dura para toda la vida" se puede hacer también la de "el placer que dura un instante". Y no pienso escribir ni abordar más ahora mismo, porque sé que sería excederme, esculcar en demasía. Sé que ocasionalmente escribir será escribirte, y escribirte será escribirme a mí mismo, para elaborar el duelo - como dicen los psicólogos - o mejor, para que el poema sirva de médium - como dice Alma, otra amiga poeta -, y también – como quiero decirlo yo - para volvernos a encontrar y sentir latir el misterio que da sentido a la existencia, debajo de la piel de cada letra y de cada espacio.