En el 2013 escribí un cuento. Lo presenté a un concurso y quedé de finalista.
Hace poco volví a leerlo. Lo mejoré. Di con The Usual Suspects. Lo alteré.
Luego empecé a leer a Borges. Lo seguí alterando. Luego leí un libro de cuentos
muy malos y sentí que sí: definitivamente mi escrito habría podido estar dentro de esa
compilación de cuentos malos sin los cambios que le venía haciendo. Creí que se trataba de algo; luego quise que no se tratara
de nada, que fuera bonito, sugestivo y ya. Pero varios temas empezaron a
relucir en el fondo. Conversé de éste con varias personas y supe, con certeza,
que a nadie le interesaría; que fuera como fuera sería un cuento más y que empeñarme
en escribirlo era un acto bonito y sugestivo por sí mismo. Sigo escribiéndolo.
Van doce páginas y siento que mucho le sobra. Lo abandono. Vuelvo a leerlo
pasados los días. Hay mucho en él, debo organizarlo y para organizarlo debo
confiar en que alguien lo leerá con cariño y no simplemente para relajarse.
Debo estimar al lector, no subestimarlo. Escucho As tears go by y me prometo
que será así de claro, sentido y sencillo.