Al leer “El celoso extremeño”, de
Cervantes, me enfrento a mi idea del amor, la cual suele estar vinculada al
dinero y a las luchas de poder que se establecen por medio de la capacidad de
gasto. Mis experiencias se confunden con mis prejuicios al punto de ser lo
mismo; mi "vida amorosa" (más bien "relaciones de pareja", porque ¿qué parte de mi vida no ha sido amorosa?) es lo que he
temido que sea: desengaños, intrigas, traiciones, frágiles y pasajeros momentos
agradables, promiscuidad, el sexo como un desahogo. Y me someto a esto porque siento
y considero que las personas de clase media o trabajadora, sea cual sea nuestro
nivel de sensibilidad, no tenemos derecho a algo distinto: pretendemos,
aspiramos a lo burgués, a poseer y consumir. Al leer tal novela ejemplar,
comprobé que esto, a futuro, termina construyendo personalidades celosas e
inseguridades. Quiero tener dinero para de cierta manera cercar, obnubilar, más
que enamorar. Subestimo a las personas, a su capacidad de amar y termino
imponiendo mi prejuicio: “lo que importa es la plata”. Y es inmaduro admirar y trabajar en torno a una idea de
capacidad de consumo en vez de una noción de capacidad de trabajo (y de la
manera como se articula el trabajo con el juego: alguien feliz de hacer lo que
hace y de la manera como lo hace). Hoy considero que vivir bellamente, lograr
vivir de manera linda, armónica, es lo que me resulta más atractivo. Es
mi propósito, también.