jueves, 19 de mayo de 2022

Fantasía

 

El pranismo es una práctica más que una promesa: vivir únicamente del prana, la energía vital en la que somos, por la que somos, y en la que estamos inmersos, sin acceder a las diversas formas alimenticias en las que este se manifiesta. Es decir: vivir del aire, la luz del sol, y el agua, comiendo poco o nada sólido. 

Hoy algunos Gobiernos los persiguen pues a las comunidades que se rigen por esta práctica las tildan de sectas. Y, ¿cómo no? La economía se basa en volver la vida recurso, y en explotar los organismos. Nos hemos convertido y acostumbrado a ser un tubo digestivo reactivo: eso define las ramas del poder. ¿Qué pasaría si nos diéramos cuenta, que nos enseñaran, que descubriéramos (con la sensación de salvación con las que se descubren las cosas que nos salvan cuando uno está en problemas) que no es necesario comer tanto, o ni siquiera comer? Suena mal, aunque ya empezamos a comprender que “tragar”, “comer” y “nutrirse” son fenómenos distintos.

Y sí: escribo esto con el estómago lleno. Lo escribo como una fantasía. ¿Será que la inflamación del reflujo es hastío censurado? ¿Ganas de llorar? No es raro sentir que cuando lloramos sentimos que se irritan las mucosas. Además, hay otras demandas biológicas que no atendemos con la urgencia con la que atendemos las ganas de comer… Así, en esta brincadera entre pensamientos fugaces, llega a mí la idea de los viajes astrales. ¿Y qué tal si el pranismo nos permite esta errancia cósmica? ¿Qué tal si esa ligereza (que no es famélica porque el prana nutre con suficiencia) le permite a la conciencia que cada uno es, desplazarse más allá del organismo? ¿Vagar en la prolongación elemental?

Vagancias astrales, sin propósitos, mientras en la quietud nos mantenemos en tierra, tierra que reverdece, con solo algunos motores a lo lejos. Quienes están en turno, siembran, laboran con parsimonia. Al volver la conciencia al organismo, nace el cuerpo. Luego del entumecimiento, se vuelve a andar. Una respiración profunda, supongo, bastará. A diferencia de mí ahora, que estoy tecleando sin afán pero movido por el antojo de otro tinto y una chocolatina light.