viernes, 24 de febrero de 2017

Una imagen para este tiempo


Han pasado ya, más o menos, diez años desde cuando navegué a gran velocidad por los mares de su majestad el internet, andante entre su cuerpo hecho de información, entre sus curvas, entre las posibilidades y los bloqueos. La vida mía tal vez será en cierta medida definir y asimilar este aleph dispuesto en las pantallas, esta herramienta que siempre fue más que eso. A veces juego a recordar los últimos años sin internet rápido. La manera en que me relacionaba con los demás: mi sentido de la sorpresa, del gusto, del uso, de la orientación; mis esperanzas, mis esperas, mis gestiones. Mi modo de vida, mis perezas, mis amores, mis vueltas por hacer. Internet nos transformó a todos: nos hizo sentir iluminados aunque estuviéramos en las sombras. Muchas reflexiones florecieron con la misma velocidad con que se apagaron o se olvidaron porque pasó que un video de YouTube, o un video de YouPorn, o porque un blog, o porque un mensaje en alguna red social, o porque ahí está, gratis, aquel disco que nunca había podido encontrar, o  porque trucos para vencer el insomnio, o porque las fotos de la semana, o porque otra vez el chat, o porque sí.  Y luego se siente uno parte de la generación que frenará el cambio climático, las altas temperaturas, el maltrato animal. Y todo parece posible: unos años justos, una educación sensata, una policía atemorizada y el gobierno sintiéndose espiado. Todos parecemos estar de acuerdo y unidos a un sentido en común o a una iluminación anunciada por una notificación o por una confirmación de descarga. Así lo demuestran todos esos documentales, las charlas TED, los foros de sabios anónimos que te indican cómo alimentarte y cómo comportarte para reducir tu huella de impacto en el medio ambiente. Las encuestas que daban ganador a Mockus, las películas tipo Zeitgest, los destapes tipo Wikileaks, son cultivo de mis argumentos hasta cuando todo este hecho de artículos, números, videos y comentarios vencedores en Facebook, se estampan, inferiores, deshechos, a la realidad física del sistema, en el suelo blanco del consultorio donde me dan un diagnóstico que no coincide con el que logré gracias a MedlinePlus. Así me doy cuenta que no hay atajos y que tal vez no deba haberlos. Que tal vez hay otros que desde un inicio supieron cómo usar de una correcta manera esa herramienta que para mí fue una presencia benevolente, exuberante y salvífica en mi alcoba. Con los años, a manera de descubrimiento personal, supe que veía allí representada la realidad física que no vivía porque me resultaba muy costosa y que en efecto, con esa virtualidad me bastaba. ¿Salir a tomar un café? No, ¿qué tal si Skype? ¿Armar una banda? No, escuchar y criticar y comparar. ¿Ir a cine? ¿Una novia? ¿Un trabajo? ¿La Iglesia? ¿Salir a caminar? Las evasivas no bastaban. No tengo plata: las excusas fueron las mismas hasta cuando el cansancio se fue acumulando como olas que no se devolvieron, como capas de ropa usada que inhabilitaron la silla junto a la ventana. Y recién asomado a los esfuerzos por salir de esa virtualidad, nuevos hallazgos: por ejemplo, más de cien “likes” dados a un afiche promocional de un concierto al que finalmente sólo fueron seis personas; empleadores que nunca respondieron; peticiones firmadas en contra del maltrato animal que nada causan y nada evitan; indignaciones pasajeras como las polémicas y los chismes. Ruido que guarda en sí melodías que nos harían más libres, pero que en su densidad y estridencia gorda no deja ver, oír, tocar, sentir nada. Diez años de haber sobrestimado lo que sin duda es una de las glorias humanas, desestimando el hecho de saber que mayores a cualquier herramienta son la voluntad, la atención, la memoria, la sensibilidad, la cosmogonía y la intencionalidad de cada individuo, mediante las cuales debiera asimilarse el internet, aquella forma de vida que David Bowie calificó de alienígena. Esto creo hoy, a diez años de aquella inmersión destinada a ser eterna, siendo el mismo día en que la Nasa ha revelado el descubrimiento de al menos tres planetas similares a la tierra que orbitan una enana estrella roja.