domingo, 18 de junio de 2023

El "no" que anticipa; el "no" que crea.

 


Escribir acerca de los días en que me he impuesto no escribir. Escribir acerca de mi relación con la escritura, de los diferentes momentos, de la diversidad de los registros. Decir que durante mucho tiempo busqué en la diaria escritura un desahogo que me permitiera descansar; confesar que en el agite de las jornadas, mi obra consistía en simples notas. Sí: para mí, escribir fue anotar y anotar. Luego, un luego inespecífico, casi inesperado e involuntario, movido por el mito del día glorioso, de la sublime mañana, me sentaba a darle sentido a esas notas. Después volvía a mis rutinas, a los memes, a la informalidad. Aún así, y debido a que la palabra manda, el estado de mis registros desbordó sus límites: ahora me gusta pronunciar palabras desde antes preparadas con atención, no de editor, sino de poeta. Es cuestión de seguir el pulso adecuado. Cuando saludo al de la tienda, mientras explico un tema en clase; en toda acción, cuido de mi palabra desde el ritmo y su color, y no solo para no romperla, sino principalmente para mantenerme en un estado que antes era exclusivo del acto de escribir. Thomas Mann ha logrado lo suyo en mí: me visualizo y ya no me concibo como una sombra jorobada apurando ocurrencias, o logrando astucias semánticas o sintácticas sobre el teclado de un computador. En la sabana del hoy, me reconozco como un ser hecho de viento y éxtasis, habitante de eso que algunos críticos literarios han nombrado "la llanura poética en La Montaña Mágica". La advertencia ahora es diagnóstico y tema de otro texto: internet nos roba la intuición.