Mencioné
algo sin mucho interés y luego me preguntó: ¿Cómo descubriste los colores?
Seguramente
algún gesto involuntario mío le indicó que debería darse a entender.
Sí, ¿dónde
conociste los colores? ¿Dónde los sentiste por primera vez?-insistió.
No supe
responder, sólo tartamudeé, como una sombra que se arrincona en el mutismo.
¿Lo notas? Lo que pasa-
concluyó- es que pocas personas saben que los colores son el adorno
artificial de elementos inertes, sin vida. No es que sea malo, sirve para
generar símbolos, como los semáforos, pero es triste que se reduzca la
percepción natural de tonalidades y que para muchos el verde, sea un solo
verde, y el rojo, un único rojo. Igual con el azul, el gris, etcétera. Debería
primar el interés de relacionarse con la vida a partir de los colores que en
ella se encuentran; nadie los ve igual, nadie
nunca los siente de una única manera. Buscar los colores en fuentes vivas. Lo digo porque todo eso tiene que ver con la capacidad de apreciación y de disfrute de la vida misma… con los años, son más aquellos quienes habitan la
hiperrealidad, esa dimensión conformada por todo eso que permitimos que exista sin existir, como los sabores de los
chiclets o la depresión.