Tan fuente de absurdos es la irracionalidad como el exceso
de razón. El sentido de cualquier obra pareciera depender de quien la aprecie.
jueves, 18 de octubre de 2012
jueves, 4 de octubre de 2012
Leve lluvia durante medio día diagonal
Dulcemente,
después de los veinticinco, prefirió detenerse y arriesgarse a perder todo lo
que había logrado hasta ese momento.
Por los afanes
de un horario y la urgencia de una meta,
los recuerdos de su pasado, siempre joven, eran pálidos y débiles. Claro, como nunca fue
suficiente, ni para sí misma ni para los demás, dejó de mirar alrededor y
resumió su alegría al placer. No se preparó con paciencia, sino que se calentó
en el microondas; sin humo ni burbujas, ardió en vez de hervir: todo muy en
orden, ¿cierto?
Intentó lo
que no le interesaba y así permaneció; creyó que todo lo demás era curiosidad; que
todo lo que le atraía era porque le gustaba. Trabajaba para sentir que estaba viva y que era alguien entre los
otros. Más que obediencia, se trataba de haberse acostumbrado a hacer muy bien lo
que no le gustaba.
Cuando buscó
consuelo entre los intelectuales, los encontró incrustados en la desesperanza, en
discursos fallidos erigidos irresponsablemente sobre frases de genios difuntos,
en debates deshilados de personas que parecían bordear de modo cobarde el acto
de vivir.
Pero volvió
a los libros y, en uno de los poemas de Pombo, señor al que siempre subestimó,
encontró el motivo para detenerse y el sabor dulce de su existir: “…tan sólo
miel saca el bueno, do el malo sólo veneno…”.
Luego, con
una sonrisa esperanzada, celebró tan discreto triunfo personal.
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