Soñé que
en una de las montañas del bosque habían encontrado un supuesto cadáver. Cuando
las autoridades fueron a ver, se trataba de un hombre que se había quedado
dormido. Al preguntarle por qué, él respondió que iba “camino al camino”. Yo
sabía cuál era ese camino. Lo recordé. No era uno trazado por profesionales de
la ingeniería civil o de la arquitectura; era un camino que había sido hecho en
bajada (muy pocos logran andarlo de subida) por mil y un personas necesitadas,
afanadas y urgidas, yendo directo al vicio y a sus placeres. En el suelo árido
que lo conforma (“las piedras del camino, son el camino”) se reconoce una
insistencia, un sendero corte, una herida cargada con los vestigios del dolor y
la angustia con la que fue trazado por infinidad de adictos y curiosos
decididos. El destino son la satisfacción y el sentimiento de culpa. Los
primeros que lo cruzaron se abrieron paso entre la maleza y las ramas altas, y
quienes les siguieron nos dejaron el paso libre a los que después vinimos. Cada
vez que yo pasé por allí, me aseguré de dejar la vía despejada para los que
vendrían luego, pero nunca se encuentra uno con alguien: por el camino se anda
solo. Varias veces he intentado devolverme, ascender a través de él para salir,
y aunque a veces he creído estar fuera, de repente, es fácil encontrarse
nuevamente dentro de sus contornos; lo difícil es precisar cómo evitarlo. Aún
así, la consciencia que lo insufla de vida es candorosa y compasiva al hacernos
creer que no estamos de nuevo recorriéndolo, sino solo soñándolo.