miércoles, 29 de noviembre de 2017

Verde que te quiero verde


En un principio, no sabía cómo usar el dispositivo de medición de calidad del aire que me encomendó Fede López. Sentía que lo podía dañar fácilmente y que debía ser en extremo cuidadoso. Lo tenía ahí, en mis manos, y lo miraba: todo un pequeño cubo frágil que no sabía manejar. Le quité la placa blanca que lo cubría y en esas vísceras de chips y circuitos, vi bien dónde entraría el cable. Lo conecté a mi computador. Luego, dos tranquilas luces verdes. Recordé el Romance Sonámbulo de Federico García Lorca. "...Verde que te quiero verde...verde viento, verdes ramas. El barco sobre la mar y el caballo en la montaña". Me encontraba en casa: acá podía respirar.
Lo dejé desnudo unos minutos; luego lo desconecté y después lo vestí.
Recordé que mi mamá tenía unas de esas baterías portables. Se la pedí prestada. 
En la tarde tenía una reunión. Aproveché para llevarlo. 
Iba en el carro junto con mi hermano y las luces verdes persistieron. Supuse que no era tan exacta la medición. Cruzábamos por toda la avenida 30 y el flujo de automóviles, buses y camiones era alto. Ninguna luz de otro color: el querido verde se mantuvo. Estuvimos mi hermano y yo reunidos con un amigo en un café de Laureles. Durante varios momentos, abría el aparato y medía el aire: verde, verde. Nos sentimos afortunados pero nos burlamos un poco de la idea de un aire viciado en aquel lugar. Mi hermano me dio a notar que en la placa blanca que yo le había estado quitando, dos huequitos logrados por el pulso de Fede López me permitían ver las luces sin tener que destaparlo. No guardé una palabra de maravillada sorpresa: ¡Este Fede sí es detallista, hermano!, a lo cual José, el amigo con quien estábamos reunidos, añadió: "Es un espíritu muy bonito". Al rato, mi hermano me sugirió que dejara conectado el cable al medidor y solamente desconectara la batería portable, para que no tuviera que andar desnudando el dispositivo cada vez que lo quisiera usar. Esto fue definitivo: podría usarlo más tranquilamente, sin la ansiedad de tenerlo que manipular a detalle y sin el temor de dañarlo. Gran muestra de lo apreciativo que es mi hermano. 
A eso de las 7 de la noche, volvimos a casa. En el camino debíamos cruzar la Avenida San Juan: ahí estaban. Dos luces naranjadas; luego, dos luces rojas; luego, luces azules. Una ligera paranoia nos hizo grabar. Durante varios kilómetros, esos fueron los colores: naranja, rojo, azul. El naranja y el rojo son colores que por nomenclatura universal o sugestión, claramente indican riesgo, pero, ¿y el azul? ¿Era una ironía? ¿Exceso de viento? ¿Indescifrable? Ese azul lucía tranquilo en el medidor. Era San Juan, veníamos de un constante rojo que creíamos que no íbamos a ver... y luego ese hermoso azul, color del cielo del paraíso, color del manto de la Virgen María, del mar que es sinónimo de pureza, del mediterráneo que es sinónimo de origen. Decidimos guardarlo porque temimos que algún ladrón sintiera que debía robarlo aún sin saber de qué se trataba. Nos visualizamos intentándole explicar al ladrón imaginario qué era ese aparato. En la escena, igual, nos terminaba robando. Reímos.
Cuando llegué le escribí a Fede López.
Al día siguiente me respondió: "Azul es peor que rojo".