miércoles, 16 de agosto de 2017

¿Por qué me amo?


La pregunta surgió así: ¿Por qué merezco ser amado? Pero luego evolucionó porque no tardé en darme cuenta que más que tener claro por qué otro, indefinible e impreciso, podría llegar a amarme, era más importante saber por qué yo me amo a mí mismo, por qué yo merezco amarme. Inicialmente, los motivos fueron casi los mismos por los cuales suelo amar a otras personas: capacidad creativa, los placeres que me brindo. Pero luego de un vacío sin respuestas convincentes, por fortuna entendí que si me amaba era porque de una u otra manera cuidaba de mí, me atendía, me proporcionaba algo más que buenos momentos. De niño no me gustaba leer, obvio encontraba mayor diversión mientras jugaba Duke Nukem o viendo tv. Pero porque me quiero fue que me arrojé a expresiones no sé si más sublimes o sagradas pero sí mucho más estimulantes, fortalecedoras, exigentes, delicadas, nutritivas, activas y embellecedoras que andar matando monstruos en el computador. Un ejemplo, el baloncesto y la natación; otro ejemplo, aprender a escuchar música e interpretar canciones; otro ejemplo, leer cómics y novelas; otro más, el último: contemplar animosamente un libro de las obras completas de Salvador Dalí que mi papá nos regaló a mi hermano y a mí, y gracias al cual recordé que casi siendo un bebé me gustaba leer la enciclopedia Salvat y pasarme horas mirando las ilustraciones de animales, las fotografías de las naves espaciales y de Pink Floyd en escena. Darse amor es similar a caminar sobre hielo fino, un arte que no se domina completamente pero que hace interesante el hecho de vivir.