Hace meses leí una nota en la que
Gene Simmons, bajista de Kiss, admitía que él no
consideraba que Kurt Cobain o Amy Winehouse fuesen íconos de la música.
Afirmaba que la trascendencia de mencionados artistas únicamente se debe a su
temprana desaparición, la cual llevó a que ambos, uno antes que la otra, fueran
considerados miembros del Club de los 27, tétrico odeón en el que moran y
devengan aquellos músicos famosos que murieron a los 27 años. Simmons, entre
algunas otras razones, basó sus comentarios en la poca producción discográfica
que ellos ofrecieron en vida y la contrastaba con la de carreras más vastas,
como la de los Rolling Stones o la de Queen, entre otros. (Acá la nota: http://www.larepublica.pe/06-10-2013/gene-simmons-en-contra-de-kurt-cobain-y-amy-winehouse)
En su momento, estas
declaraciones me convencieron. Llegué incluso a tenerla por cierta y a nutrirla con arrogancia y desengaño tal vez porque, con respecto va aumentando mi gusto e interés por
obtener experiencia como aprendiz de
compositor, he sentido que siete u ocho años [el "período de actividad" de Nirvana (1987 – 1994) y Amy Winehouse (2003 - 2011), respectivamente] son muy pocos como para profundizar en los límites (y extra
límites) creativos de los miembros y aprovechar toda la riqueza musical que
naturalmente se tiene pero que está mediada por la capacidad técnica y
expresiva; es decir, llegué a creer que este lapso es de muy poco tiempo como para que la banda o el
compositor se experimente a sí mismo y crezca como tal.
Pero ahora creo que estaba errado porque, de verdad, ¿quién puede
afirmar algo al respecto? O mejor, ¿quién puede asegurar con total certeza que tal artista
ha logrado crecer como compositor, o que tal artista es o no es un ícono
musical o cultural? Podría dejarme intimidar por todos los triunfos y éxitos de Gene, pero, ¿acaso éstos le
dan poder de determinación histórica? Es un hombre con criterio y creo que
desde su perspectiva y según su experiencia, los dos artistas a los que se
refiere no fueron más que un par de pasajeras sombras con las que tuvo que
compartir en variado coctel de disquera, pero también considero que ignora los
miles de instantes buenos y sublimes que ellos dos nos han proporcionado por medio de su canto, claro está, con el patrocinio de todo
un mecanismo industrial fuertemente influenciado y sustentado por la visión de los miembros de Kiss. La música y la humanidad entera le debemos mucho a Gene y a todos los
que han conformado su banda, y creo que debe ser fastidioso notar cómo un recién
aparecido (como en su momento lo fue el Kurt) alcanza un impacto ajeno incluso a
sus propias intenciones. Me imagino que debe ser detestable notar cómo un músico, usando muy pocos
acordes, luciendo callejero, desinteresado y autocompasivo,
en unos cuantos meses alcanza a convertirse, de una vez y para siempre, en un ídolo y en el centro de toda una cultura;
sin embargo, pienso que es errado juzgar a un artista por su volumen de
producción. En la música podemos encontrar uno que otro caso de leyendas
fugaces que contribuyeron notablemente con sólo unas cuantas producciones discográficas; Buddy
Holly, por ejemplo. Pero en sí, lo que
me hizo retractarme, lo que me permitió dejar de estar de acuerdo con Gene
Simmons es el caso literario de Juan Rulfo. Y menciono a este autor porque creo
que es indudable la influencia que su obra ejerció en la literatura, y la cual, aún siendo breve y aparentemente dirigida por un genio minimalista y sensato, abrió un
portón que definió la continuidad de un camino que han andado autores que son determinantes para la constitución de una narrativa propiamente latinoamericana.
Hoy sólo me atrevo a sentir que,
con respecto al arte y a su valoración y apreciación, todo es tan misterioso y
libre que pretender regirlo mediante métodos de medición resulta ingenuo y
tierno, además de molesto cuando la cerveza está servida.