martes, 18 de febrero de 2014

La aburrición es cruel cuando está prohibido admitirla o confesarla: sobre una meditación tardía.


Hace meses leí una nota en la que Gene Simmons, bajista de Kiss, admitía que él no consideraba que Kurt Cobain o Amy Winehouse fuesen íconos de la música. Afirmaba que la trascendencia de mencionados artistas únicamente se debe a su temprana desaparición, la cual llevó a que ambos, uno antes que la otra, fueran considerados miembros del Club de los 27, tétrico odeón en el que moran y devengan aquellos músicos famosos que murieron a los 27 años. Simmons, entre algunas otras razones, basó sus comentarios en la poca producción discográfica que ellos ofrecieron en vida y la contrastaba con la de carreras más vastas, como la de los Rolling Stones o la de Queen, entre otros. (Acá la nota: http://www.larepublica.pe/06-10-2013/gene-simmons-en-contra-de-kurt-cobain-y-amy-winehouse)

En su momento, estas declaraciones me convencieron. Llegué incluso a tenerla por cierta y a nutrirla con arrogancia y desengaño tal vez porque, con respecto va aumentando mi gusto e interés por obtener experiencia como aprendiz de compositor, he sentido que siete u ocho años [el "período de actividad" de Nirvana (1987 – 1994) y Amy Winehouse (2003 - 2011), respectivamente] son muy pocos como para profundizar en los límites (y extra límites) creativos de los miembros y aprovechar toda la riqueza musical que naturalmente se tiene pero que está mediada por la capacidad técnica y expresiva; es decir, llegué a creer que este lapso es de muy poco tiempo como para que la banda o el compositor se experimente a sí mismo y crezca como tal.

Pero ahora creo que estaba errado porque, de verdad, ¿quién puede afirmar algo al respecto? O mejor, ¿quién puede asegurar con total certeza que tal artista ha logrado crecer como compositor, o que tal artista es o no es un ícono musical o cultural? Podría dejarme intimidar por todos los triunfos y éxitos de Gene, pero, ¿acaso éstos le dan poder de determinación histórica? Es un hombre con criterio y creo que desde su perspectiva y según su experiencia, los dos artistas a los que se refiere no fueron más que un par de pasajeras sombras con las que tuvo que compartir en variado coctel de disquera, pero también considero que ignora los miles de instantes buenos y sublimes que ellos dos nos han proporcionado por medio de su canto, claro está, con el patrocinio de todo un mecanismo industrial fuertemente influenciado y sustentado por la visión de los miembros de Kiss. La música y la humanidad entera le debemos mucho a Gene y a todos los que han conformado su banda, y creo que debe ser fastidioso notar cómo un recién aparecido (como en su momento lo fue el Kurt) alcanza un impacto ajeno incluso a sus propias intenciones. Me imagino que debe ser detestable notar cómo un músico, usando muy pocos acordes, luciendo callejero, desinteresado y autocompasivo, en unos cuantos meses alcanza a convertirse, de una vez y para siempre, en un ídolo y en el centro de toda una cultura; sin embargo, pienso que es errado juzgar a un artista por su volumen de producción. En la música podemos encontrar uno que otro caso de leyendas fugaces que contribuyeron notablemente con sólo unas cuantas producciones discográficas; Buddy Holly, por ejemplo.  Pero en sí, lo que me hizo retractarme, lo que me permitió dejar de estar de acuerdo con Gene Simmons es el caso literario de Juan Rulfo. Y menciono a este autor porque creo que es indudable la influencia que su obra ejerció en la literatura, y la cual, aún siendo breve y aparentemente dirigida por un genio minimalista y sensato, abrió un portón que definió la continuidad de un camino que han andado autores que son determinantes para la constitución de una narrativa propiamente latinoamericana. 
Hoy sólo me atrevo a sentir que, con respecto al arte y a su valoración y apreciación, todo es tan misterioso y libre que pretender regirlo mediante métodos de medición resulta ingenuo y tierno, además de molesto cuando la cerveza está servida. 

lunes, 10 de febrero de 2014

Verosimilitud, verdades y realidades


Creo que diariamente cohabitamos con múltiples verdades, algunas, opuestas entre sí, y también creo que vivimos muchas realidades. Esto me ha llevado a reafirmar que la verdad, como un absoluto conceptual, no existe. Pero igual, si bien no creo en una sola verdad o en una sola realidad, sí creo en la verosimilitud creativa del artista; es decir, considero que lo que hace especial al artista es concebir obras verosímiles, que sean correspondientes a su manera de sentir la cotidianidad y la vida, mediante la cual contribuye a la evolución de la especie humana. El arte, tan basto e indefinible como la existencia misma, puede llegar a impactarlo todo, pero sólo tiene valor para el ser que es humano, porque sólo aquello a lo cual somos vulnerables, nos vale.

viernes, 7 de febrero de 2014

Sólo un insuficiente punto de vista más: elucubración sin filtro.



He comprendido que en Colombia a los habitantes principalmente nos une como país la competencia, y todo lo que esta incumbe, incluyendo el mitológico dúo “éxito-fracaso” y el simpático “triunfo-derrota”. Nos unificamos para celebrar o para señalar quién ha sido el culpable que no nos ha permitido celebrar. De tal manera, nos reunimos para competir, desde las urnas de votación hasta las canchas de arena, desde una mesa de un bar hasta un set de televisión, presentes siempre para imponer nuestro punto de vista, el cual en no tantas ocasiones como se creería corresponde a uno conformado por las nociones derivadas de la experiencia, sino que, en cambio, suele tratarse de un sustituto del criterio personal que corresponde a lo que otro presentó como aquello que se debía pensar, como aquello indicado, como aquello  que es bueno. O sea, en Colombia, como en muchas otras partes del mundo, abundan los entes que a ciegas siguen. Sí, aún hoy, segunda década del siglo XXI, años azucarados en los que estamos furiosos y tristes porque ya hemos entendido que nuestros ídolos nos han abandonado, dejando descolgado su teléfono mientras del otro lado de la línea nosotros continuábamos hablando con ternura y necesidad.

Somos un país de regiones y tales regiones existen con mayor fuerza y cotidianidad que el mismo país. Que sea grande y variado no significa que deba ser desintegrado. Pero lo es. No sé cuántos ni quiénes pero supongo que no soy el único que en algún momento se ha llegado a sentir ajeno a varias zonas del país. Excusas hay tantas como nuestra memoria nos lo permita. A veces me pregunto qué le importo yo a un habitante de Mitú y también, qué me importa o representa un habitante de Inírida. Y esto es ignorar, habitar encerrado en el desconocimiento, ser dominado por éste y creo que en todos los países existe ese grado de desinterés e indiferencia, pero en mi caso cada vez son menos los lugares que me significan y atraen, y hablo por mí y sólo por mí porque seguramente son mayoría quienes han decidido integrarse a las dinámicas socio culturales de departamentos distintos a los que nacieron y sienten pertenecer. Cada vez me siento más antioqueño pero menos colombiano, y esto me resulta nauseabundo. Puedo ir y  conocer algunos lugares, sentirme bien contemplando el frescor perenne de una reserva natural en el norte del país, puedo deleitarme recorriendo los senderos que conforman los cafetales o la inmensidad de la jungla, y tomarme cada tanto unos buenos rones enfriados por los delicados vientos que transitan por las plazas de los pueblos de Boyacá, pero en el fondo, luego del efecto de la sugestión, sé reconocer el ánimo de turista mediante el cual viví estas experiencias, la identidad oscura y arrogante que me impide habitar el campo y me obliga a situarme en la ciudad, en la farmacodependencia, en el transporte público, en la burda intelectualidad con brillo de charol, en la manía de creer que el mundo está hecho de calles y esquinas. Algo más debiera unirnos; no sé... se me ocurren fantasías como un sistema de salud eficaz, una filosofía de educación, un conocimiento íntegro de lo que nos representa nuestra riqueza medioambiental. Pero no, prima ese espíritu turista (tan egoísta e individualista como suele ser).


Sentirme citadino antes que ciudadano es cruel y enigmático. El futuro es casi inexistente porque en las ciudades se nos enseña que el futuro se tramita, se gestiona, se negocia, mientras lo que nos ofrece una vista más amplia es que el futuro brota constantemente, como una decisión, como un pensamiento, como una idea; lo señalan la física cuántica, los Kogui, y lo enseña la contemplación de los procesos naturales en el campo, y por favor no se crea que soy un amante del campo pues si bien valoro “lo campestre” y las “zonas verdes”, la vida de granja y sus rutinas exigen una tenacidad y una entrega que me resultan respetables pero indeseadas; como dijo alguien a quien amo, “a mí me gustan los árboles; no la vida del campo”.


Esta semana se ha hablado mucho de la eliminación por parte de la Unión Europea de la visa Schengen para los colombianos. Teniendo en cuenta todo lo anterior y dado que los citadinos no ciudadanos, sin importar “la clase social”, nos sentimos viviendo un caos de desigualdad y corrupción (que creemos no merecer) que contrasta con el paradisíaco y bien infundado ideal que nos hemos construido de las principales capitales europeas (que creemos merecer), está claro que sea como sea vamos a querer ir allí para sentir que pertenecemos, para identificarnos, para que cada uno de nuestros esfuerzos valgan. No es que queramos volvernos millonarios o famosos, no; sólo queremos obtener lo que nos prometieron, confiar, volver a creer en la Institución y en el Sistema. Quienes crecimos viendo tanta televisión, tanto cine costoso de mal gusto, admirando con encantación xenófila a miles de súper héroes y personajes –ficticios- de la farándula mundial antes que a los hombres y mujeres del común con quienes compartimos nuestro día a día, ignorando así el suave embrujo con el que la geografía colombiana ha matizado la colorida mentalidad de quienes la habitan, quizá pertenezcamos más allá que acá, y tal vez el premio y castigo sea ir allḠser glorificados y esclavizados por nuestra incapacidad de leer el entorno y por nuestros prejuicios, y reconocer que crecimos con ganas de irnos sin ni siquiera saber en dónde nos encontrábamos.