viernes, 30 de diciembre de 2022

Hallazgo

El grupo de Psicología e Introspección publicó en su cuenta: "La verdadera intención con la que se lleva a cabo una acción marcará el resultado".

Yo no entendí y pedí más luces. 

Me respondieron: 

"Por ejemplo, si una persona piensa que quiere arreglar un problema dialogando con otra, pero en realidad lo que quiere es convencerla, será muy probable que no lleguen a entenderse. O si una persona quiere ayudar a otra pero en realidad lo que quiere, aunque sea de forma inconsciente, es que esa persona le valore o no le rechace es más probable que obtenga lo contrario de lo que esperaba. No decimos que estas sean siempre las intenciones que hay detrás del diálogo o de querer ayudar a otros, sino que estás acciones se pueden hacer con muy diversas intenciones más profundas, acertadas o equivocadas, y esas intenciones marcarán el resultado de esas acciones. Porque la otra persona reacciona, consciente o inconscientemente a esa intención; siguiendo los ejemplos, las personas tienden a defenderse de que les quieran convencer, o muchas personas interpretan que les quieran agradar como una amenaza, como si les quisieran manipular... esto son sólo unos ejemplos, es más complejo, pues hay numerosas interpretaciones y no siempre ocurre del mismo modo, pero a largo plazo la intención se impone".


Lo trato de asimilar de acuerdo a mi experiencia: "la intención al decir algo, determinará el resultado".

Sigo rumiando a través de escenarios hipotéticos: he decidido irme, alejarme, y no estoy dispuesto a considerar los motivos, la naturaleza de esta decisión, a reflexionar acerca de ellos, a cuestionarlos, a ponderarlos. Emito mi mensaje sin dejar opción de diálogo. Me impongo y me mueve más el ánimo de la justificación que de la corrección. 

No me pregunto: "¿Por qué digo esto? ¿Qué me impulsa: la intención de hacer sentir culpable a mi interlocutor o la intención de solucionar X problema? ¿Quiero que se solucione o solo tengo ganas de elaborar una despedida articulando previamente todos los argumentos para poder concluir "tú eres el causante de este problema que no tiene cómo resolverse"?" 


Pienso en los diálogos que sostienen mis personajes. En que estos niveles de sentido son la parte esencial de todo drama.

También pienso en el Padrino. En la escena final, el Padrino, luego de haber exterminado a sus enemigos, es confrontado por su esposa. Él intenta evadirla con furia pero ella es implacable. Su pregunta persiste como una amenaza. Él no quiere que ella lo deje, la ama. No se justifica ni la manipula con su poder. Cede, temerosamente cede y miente. Esta mentira es tan cruel como desesperada, pero nos demuestra que él no es tan poderoso como creíamos.  


viernes, 23 de diciembre de 2022

Las coincidencias coinciden

 

Creo que fue Daniel Jiménez quien alguna vez me dijo que hay momentos en que uno pacta consigo mismo una vida entera (no siempre de manera consciente). 

En noviembre de 2005, los últimos minutos que pasé en el claustro colegial, me prometí que de ese momento en adelante iba a permitirme disfrutar. Me prohibiría ser ejemplar. Sí: quería ser un bohemio, construir una vida imitando biografías de rockeros difuntos o disminuidos por el vicio (nada sano me llamaba la atención). Muchos de mis intereses dejaron de importarme: las matemáticas, la física, la química, el deporte: en ese momento cualquier eco Corazonista - de donde me gradué - me resultaba insoportable, indeseable. Quería huir de mi pasado.
Llegué a mi casa para enrollar y meter en una sola bolsa de basura todos mis diecisiete años.  Prometí, en ese lugar, ese cuartico de Belén Rosales, que de ahora en adelante solo iba a parchar hasta alcanzar la fama. Escritura, música, danza: daba igual. Mi principal esperanza, mi deseo de vivir, era la lujuria. Nada más.

Las cosas funcionaron de otra forma; ¿cómo no? 
Por ejemplo, no contaba con el impacto que tendría en mí el asco, y la literatura y la música no habían logrado constituirse como refugios, como hábitos - hábitat. Tampoco había contado con la asistencia terapéutica del análisis, para comprender el valor que tenía la idea de fama y de relaciones parasociales. 

El caso es que durante los más recientes meses, empecé a ser consciente de esos minutos del 2005. Noté la profundidad de las decisiones, y ponderé su valor en mi vida. Decidí cortar con ciertas actitudes motivadas por ese sentimiento de huída, por esa sensación de haber pasado tanto tiempo en un lugar donde no logré encajar ni adaptarme. La conveniencia de la apatía grunge de boutique, la Wilde ironía, la fatal desconsideración etílico - gástrica del hair metal, la estéril autocompasión wertherian, la promiscuidad música ligera, habían sido eficientes métodos de adaptación y exploración, pero ya iban en contra de mi más reciente y sentido hallazgo: "soy una vida en vez de tener una". Fueron eficientes métodos que me conectaron con el mundo, con la vida misma, pero que ya empezaban a doparme, a restarme receptividad.  

Decidí rehacer el pacto.

Al otro día una avioneta cayó en el edificio, en ese cuartico, de Belén Rosales.
Mi computador, donde tenía todos los cuentos, muchas grabaciones, tantísimas fotos y videos de todas mis épocas, amaneció dañado.
En mi trabajo, noté que me habían asignado menos horas.   
Al mismo tiempo, nuevas ideas borbotean entre mis dedos y surgió la opción de un viaje - en varios sentidos. 

El finde siguiente, acepté la invitación de ir a misa. "Cristo desacomoda": predicaron. Recordé a mis amigos, su elogio más bonito: "Vos nos hacés reír porque no repetís los chistes". 
La tentación ya es otra: considerar a la Divinidad como una amistad que ansía reír a punta de los chistes nuevos que yo improvise, es decir, gozar con mis supersticiones. 

¡Acción!

Foto por Dayana Fortich Madera