Siempre he sido muy lento para
entender y muy apresurado para sacar conclusiones. Eso es un fenómeno
particularmente nocivo cuando se trata de comprender un fenómeno como el Paro
Nacional que se estableció el 21 de noviembre y que hoy, al parecer, no se
levantará pronto. Esto más que una opinión es un intento de comprensión, tal
vez escuálido e impreciso, de este fenómeno.
Las cosas en Colombia no están
bien. Eso no es algo del actual gobierno (y quiero decir actual gobierno en vez
de nuevo gobierno, porque quienes nos gobiernan cambian de presidentes y
alcaldes como cambiando de máscara). Es una situación que se ha perpetuado durante décadas, ya siglos: una economía trastabillante encargada de atender los
intereses de otros países, militarmente fuertes; una población empobrecida; una élite cada vez más decidida a conservar sus privilegios a costa del
bienestar de muchos otros; corrupción, payola, etcétera. En fin: los
colombianos ya no tenemos temor de Dios
y esta particularidad, en vez de convertirnos en un país libre y liberado, nos
convirtió en una nación que ya no le tiene miedo a robar, ni a matar, ni a
herir, ni a mentir poniendo la mano sobre la Biblia. Y hay que tener en cuenta
que si uno no comete ningún crimen debe ser más por amor al prójimo y a sí
mismo, que por temor a Dios. No estábamos preparados para ser buenos cuando
nadie nos ve y, en parte, esta violencia, creo, es resultado de la angustia que genera la
libertad de pensamiento de nuestra era, libertad con la que no hemos sabido
lidiar. Ahora bien, en lo concreto, este disgusto generalizado se ha mantenido.
Durante el mandato de Uribe ni siquiera se podía considerar un descontento o un
paro como el que se está dando ahora. Al menos ahora la población puede reclamar.
Hace semanas en Chile, debido al incremento del pasaje del bus, la población se
levantó. “No más”, dijeron, y se lanzaron hastiados, ya molestos, debido a este
detonante. Hicieron pedir perdón a su presidente, quien es de políticas de
derecha. Luego, en Bolivia, debido a la sospecha de fraude en las elecciones
presidenciales, la población salió a las calles a protestar e hicieron que Evo
Morales, presidente de políticas de izquierda que gobernó durante catorce años (seis más que
Uribe), decidiera renunciar. Los colombianos sentimos que la protesta era un
método efectivo. Pero acá no hubo un detonante como el incremento del pasaje
del bus o el fraude electoral. Hubo muchos motivos que se vinieron mezclando, volviéndose
colada espesa, hasta el punto de convertirse en detonante. La semana antes del Paro
se denunció que en un bombardeo del ejército contra una de las disidencias de
la “extinta” guerrilla habían caído ocho niños (y se sospecha que al final fueron
dieciocho); esto se volvió polémica
pero no alcanzó a ser un detonante (a mi modo de ver, detonantes para una revolución hay a diario en Colombia: muertes, robos, maltrato...). Se programó entonces un paro para el
jueves 21 pero algunos grupos empezaron desde el 20; se exigían diferentes
acciones; se marchaba por diversos motivos.
En general fue así: unos protestaban
por el mal funcionamiento de las EPS (sin precisarse cuál exactamente), otros
por la corrupción (la corrupción como algo general y no como algo concreto y
abstracto – tal cual es), otros por la impunidad que cobija a los bancos.
También se marchó por la desigualdad, por la ineptitud de la que acusan al congreso.
Unos exigían que se cumplieran los acuerdos de Paz; otros, la renuncia del
presidente electo aunque, a la vez, defendieron la constitución cuando el alcalde
de Medellín propuso una asamblea nacional constituyente por miedo a que Uribe fuera a aprovechar. Las marchas, por lo
general, fueron pacíficas, amables, sentidas. Pero, ¿qué era lo que pedían? ¿A
quién se debía escuchar primero? ¿Qué era lo que se suponía tendrían que hacer
las autoridades? ¿Debía el presidente renunciar? ¿Si renunciaba pasaría a la historia como un hombre que escuchó a su pueblo? y luego, ¿qué? ¿A quién se elige? ¿De dónde se sacaría el presupuesto para las próximas
elecciones? ¿A dónde íbamos con esto? ¿Cuál era la respuesta ideal esperada? La
marcha por sí misma, me parece, es esa respuesta ideal esperada: demostrar que
aún hay unión, que no desconocemos el mal del otro, que somos todavía, en
tiempos de fatal y tóxico individualismo, una nación, con nuestros símbolos,
nuestros dolores, nuestras alegrías.
Luego de esta
primera agitación, en una de las marchas posteriores a ese gran encuentro del
21 de noviembre, un miembro del esmad hirió de muerte a un joven de 17 años con
un arma no convencional, la cual está prohibida por el Derecho Internacional Humanitario.
Esto “ya sí” es un detonante, un detonante que habían demostrado necesitar varios tuiteros diciendo al anunciar falsamente que en tal protesta había muerto tal joven
(puras mentiras y exageraciones producto de la ansiedad de tener la razón, de la urgencia de justificar un prejuicio apasionado). El problema ahora es que
el desmonte del esmad parece ser el motivo por el cual se marcha; pero no. Hay muchas
otras causas que, según lo vi en las marchas del 21, deben ser prioritarias. La
represión no es solo policial. Es cotidiana, entre conciudadanos.
Y es que (...ya empiezo a divagar...) ¿el país son
las leyes con que nos gobiernan? ¿El modo como el presidente decida mandar? ¿El
país es el presidente? Las preguntas que me surgen son esas. ¿Qué se busca
concretamente con el paro? ¿Qué se debe atender primero? ¿Por qué esperamos a
que reaccionaran nuestros vecinos para hacerlo nosotros? Creemos que nos hemos
vuelto resistentes al dolor, al propio y al ajeno, que somos fuertes, pero no;
somos insensibles. A las nuevas generaciones les horroriza el modo en que los
mayores vivimos. Nos sentimos solos, decaídos, avergonzados. Un triunfo
deportivo, o el éxito de tal representante del país, nos entusiasman cada vez menos.
Hay dolores incrustados en nuestro inconsciente colectivo, rabias, duelos,
incomprensiones que debemos atender. Este país (por influjo de los represivos medios, los cuales
son magistrales representantes de la más brutal, cruda y cruel corrupción) vive
de polémicas. Se atiende la polémica mas no la noticia. Se alimenta el ánimo de
polémicas, mas no de sutiles y constantes injusticias, las cuales son, a todo
plazo, las que más nos afectan. Y esta es una clara evidencia de cómo y cuán
torpemente tiendo a sacar conclusiones.