martes, 26 de noviembre de 2019

Paro



Siempre he sido muy lento para entender y muy apresurado para sacar conclusiones. Eso es un fenómeno particularmente nocivo cuando se trata de comprender un fenómeno como el Paro Nacional que se estableció el 21 de noviembre y que hoy, al parecer, no se levantará pronto. Esto más que una opinión es un intento de comprensión, tal vez escuálido e impreciso, de este fenómeno. 

Las cosas en Colombia no están bien. Eso no es algo del actual gobierno (y quiero decir actual gobierno en vez de nuevo gobierno, porque quienes nos gobiernan cambian de presidentes y alcaldes como cambiando de máscara). Es una situación que se ha perpetuado durante décadas, ya siglos: una economía trastabillante encargada de atender los intereses de otros países, militarmente fuertes; una población empobrecida; una élite cada vez más decidida a conservar sus privilegios a costa del bienestar de muchos otros; corrupción, payola, etcétera. En fin: los colombianos ya no tenemos temor de Dios y esta particularidad, en vez de convertirnos en un país libre y liberado, nos convirtió en una nación que ya no le tiene miedo a robar, ni a matar, ni a herir, ni a mentir poniendo la mano sobre la Biblia. Y hay que tener en cuenta que si uno no comete ningún crimen debe ser más por amor al prójimo y a sí mismo, que por temor a Dios. No estábamos preparados para ser buenos cuando nadie nos ve y, en parte, esta violencia, creo, es resultado de la angustia que genera la libertad de pensamiento de nuestra era, libertad con la que no hemos sabido lidiar. Ahora bien, en lo concreto, este disgusto generalizado se ha mantenido. Durante el mandato de Uribe ni siquiera se podía considerar un descontento o un paro como el que se está dando ahora. Al menos ahora la población puede reclamar. 

Hace semanas en Chile, debido al incremento del pasaje del bus, la población se levantó. “No más”, dijeron, y se lanzaron hastiados, ya molestos, debido a este detonante. Hicieron pedir perdón a su presidente, quien es de políticas de derecha. Luego, en Bolivia, debido a la sospecha de fraude en las elecciones presidenciales, la población salió a las calles a protestar e hicieron que Evo Morales, presidente de políticas de izquierda que gobernó durante catorce años (seis más que Uribe), decidiera renunciar. Los colombianos sentimos que la protesta era un método efectivo. Pero acá no hubo un detonante como el incremento del pasaje del bus o el fraude electoral. Hubo muchos motivos que se vinieron mezclando, volviéndose colada espesa, hasta el punto de convertirse en detonante. La semana antes del Paro se denunció que en un bombardeo del ejército contra una de las disidencias de la “extinta” guerrilla habían caído ocho niños (y se sospecha que al final fueron dieciocho); esto se volvió polémica pero no alcanzó a ser un detonante (a mi modo de ver, detonantes para una revolución hay a diario en Colombia: muertes, robos, maltrato...). Se programó entonces un paro para el jueves 21 pero algunos grupos empezaron desde el 20; se exigían diferentes acciones; se marchaba por diversos motivos. 
En general fue así: unos protestaban por el mal funcionamiento de las EPS (sin precisarse cuál exactamente), otros por la corrupción (la corrupción como algo general y no como algo concreto y abstracto – tal cual es), otros por la impunidad que cobija a los bancos. También se marchó por la desigualdad, por la ineptitud de la que acusan al congreso. Unos exigían que se cumplieran los acuerdos de Paz; otros, la renuncia del presidente electo aunque, a la vez, defendieron la constitución cuando el alcalde de Medellín propuso una asamblea nacional constituyente por miedo a que Uribe fuera a aprovechar. Las marchas, por lo general, fueron pacíficas, amables, sentidas. Pero, ¿qué era lo que pedían? ¿A quién se debía escuchar primero? ¿Qué era lo que se suponía tendrían que hacer las autoridades? ¿Debía el presidente renunciar? ¿Si renunciaba pasaría a la historia como un hombre que escuchó a su pueblo? y luego, ¿qué? ¿A quién se elige? ¿De dónde se sacaría el presupuesto para las próximas elecciones? ¿A dónde íbamos con esto? ¿Cuál era la respuesta ideal esperada? La marcha por sí misma, me parece, es esa respuesta ideal esperada: demostrar que aún hay unión, que no desconocemos el mal del otro, que somos todavía, en tiempos de fatal y tóxico individualismo, una nación, con nuestros símbolos, nuestros dolores, nuestras alegrías. 

Luego de esta primera agitación, en una de las marchas posteriores a ese gran encuentro del 21 de noviembre, un miembro del esmad hirió de muerte a un joven de 17 años con un arma no convencional, la cual está prohibida por el Derecho Internacional Humanitario. Esto “ya sí” es un detonante, un detonante que habían demostrado necesitar varios tuiteros diciendo al anunciar falsamente que en tal protesta había muerto tal joven (puras mentiras y exageraciones producto de la ansiedad de tener la razón, de la urgencia de justificar un prejuicio apasionado). El problema ahora es que el desmonte del esmad parece ser el motivo por el cual se marcha; pero no. Hay muchas otras causas que, según lo vi en las marchas del 21, deben ser prioritarias. La represión no es solo policial. Es cotidiana, entre conciudadanos. 
Y es que (...ya empiezo a divagar...) ¿el país son las leyes con que nos gobiernan? ¿El modo como el presidente decida mandar? ¿El país es el presidente? Las preguntas que me surgen son esas. ¿Qué se busca concretamente con el paro? ¿Qué se debe atender primero? ¿Por qué esperamos a que reaccionaran nuestros vecinos para hacerlo nosotros? Creemos que nos hemos vuelto resistentes al dolor, al propio y al ajeno, que somos fuertes, pero no; somos insensibles. A las nuevas generaciones les horroriza el modo en que los mayores vivimos. Nos sentimos solos, decaídos, avergonzados. Un triunfo deportivo, o el éxito de tal representante del país, nos entusiasman cada vez menos. Hay dolores incrustados en nuestro inconsciente colectivo, rabias, duelos, incomprensiones que debemos atender. Este país (por influjo de los represivos medios, los cuales son magistrales representantes de la más brutal, cruda y cruel corrupción) vive de polémicas. Se atiende la polémica mas no la noticia. Se alimenta el ánimo de polémicas, mas no de sutiles y constantes injusticias, las cuales son, a todo plazo, las que más nos afectan. Y esta es una clara evidencia de cómo y cuán torpemente tiendo a sacar conclusiones.

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Solo estar


De todas las expresiones enigmáticas de Cerati, la que más frecuentemente me aborda y me deja pensando es una que canta en la canción “Vivo” de su álbum “Siempre es hoy”; esta expresión es: “entender que solo estar es más puro”. Si tan frecuentemente me aborda y me deja pensando es porque me gustaría saber a qué se refiere, es decir, si a “solamente estar” o a “estar solo”. Esto en parte tiene que ver con algo que ya mencioné en otro momento de este blog; precisamente en esta entrada:  http://elbailarinsinson.blogspot.com/2012/08/algunos-entienden-y-comparten-este.html.
Pero si esta expresión me atrae sobre tantas otras de Cerati, que me encantan y me cuestionan, no es únicamente por motivos gramaticales o semánticos. Más allá de esta naturaleza, la idea se abre, a mi modo de ver, en dos ramificaciones igual de sugerentes. Si el “solo estar” hace referencia a “estar solo” puede implicar pureza, pero sabemos también que el diablo frecuenta soledades. Si, de otra manera, el “solo estar” significa “solamente estar”, creo que nos veremos relacionados con la idea de la meditación, con la sustancia del decrecimiento económico, con la esencia de la paciencia y la contemplación. Me gusta entenderlo así porque podemos solamente estar cuando nos recostamos en el vientre de la mujer amada, pensando en nada, soñando despiertos. O también cuando vamos en el bus y la vida entera se nos resume a una elucubración espumosa y agradable. Solamente estar es más puro porque somos los ojos con los que el Universo se mira a sí mismo, porque nuestras almas al flotar son las nubes más brillantes…