miércoles, 28 de febrero de 2024

Siluetas


A veces miro las guitarras que conservo colgadas en la pared de mi cuarto... ¿en qué momento se quedaron ahí? ¿en qué momento, de tener solo una, tenemos tantas guitarras sin oficio? ¿En qué suma de instantes? ¿En qué afán se inició el conteo? ¿Es necesario ahora hablar de culpas? Las veo ahí, con su madera ya mayor, con sus hilos de sonido ya enmudecidos; ruinas de mis sueños de adolescencia, maquinaria vencida y gastada luego de una jornada llena de tierra. Pensé que el Grammy llegaría antes de tener que cambiar las bases de las que penden; y ni hablar de tener que limpiar o pintar la pared. Vehículos abandonados, las canciones serán, quizá, las quemaduras que dejan las llantas al acelerar sobre la carretera. Ahora, cuando vuelvo a ellas, a las guitarras, soy un extraño que actúa sobre el recuerdo de esas horas que consagré a buscar en su sonido, la sensación. Conservamos aún algo de complicidad, pero yo he querido cambiar sin prescindir de lo que significan; su vacío es el recipiente de mi memoria: guardan sin vanidad el asombro o la intención de asombrar de alguien a quien me gustaría volver a abrazar. Y es triste porque, a veces, en vez de dos guitarras viejas y desafinadas, veo la silueta de mis papás: cada par en su rincón, con sus miradas que antes no me dolían. Los veo, las veo, y quisiera poder quedarme un minuto más o simplemente renunciar al trabajo como en el pasado lo hacía, para compartir con ellos, con ellas, pero la crisis económica es aún herida abierta, golpe en el mástil, puente reventado. Se suponía que los acordes me darían todo el dinero del mundo, sin importar que yo nunca se los hubiera pedido directamente. Ese era el conjuro: durante largas tardes, azulado por la luz del televisor en mute, el idioma de mi manifestación era el frenesí del canto y del tarantuleo. Jamás me distrajeron del ideal de la fama ni la cerveza ni el aguardiente: la atención se resquebrajó cuando el cuerpo de la guitarra tuvo que compartir el regazo, que antes que solo tenía para ella, con el celular. Igual hoy, nada en este lugar deja de ser expresión de hogar: todas las mañanas encuentro algo lindo en la vejez. Saco el sacudidor, poso una caricia, afino si hay que afinar, y hago un Dmaj7... ¿conjuro aún, acaso

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