miércoles, 13 de marzo de 2024

Creo que no fui claro al responderte

 


¿Eres creyente?
La pregunta fue una burbuja de jabón. La recibí con cuidado, para que no fuera a explotar en una brusca manera de responder, pero finalmente fallé; mi respuesta fue un acto reflejo, quedarme en blanco, salir por la fácil: "para resumir, sí". ¡TAS! Adiós, burbuja. Creer de no creer; no creer tras mucho haber creído. "Tener algo por cierto sin conocerlo de manera directa o sin que esté comprobado o demostrado", canta la RAE para definir el verbo, dueña de una precisión bellísima y convincente que logra hacerme creer en ella como una digna institución rectora de la lengua española, en la cual también creo a pesar de sus limitaciones. Vivir es creer y heredar: este escrito es un gesto de dichosa resignación que surge de saber que fácilmente podría gastarme todo mi tiempo vital respondiendo a tu pregunta; no obstante, todo esto sonaría a divagación ambigua, y yo sería solo otro hombre que habla de un sueño, de una visión que a nadie logra conmover. 
Como mi labor docente ahora incluye hablar de las palabras, de la intimidante necesidad de decirles "signo", quisiera proponerte un cambio: más que creer y ser creyente, prefiero considerarme sintiente. Sonó a gruñido de delirante el haber intentado describir eso que te presenté como un chorro de luz que explota desde mi pecho y me hace sentir conectado con todo. Sonó a muy floja crítica intelectual exponer que una de las mayores mentiras de la educación básica fue decirnos que en la tierra había objetos inertes y objetos vivos; insistir en esta idea sin valerme de imágenes, fue desastroso y empobreció el argumento. Para mí, creer o no creer está de más; darme cuenta de que me doy cuenta  me sumerge en un estado de Pura Presencia. Desde hace años, para no sonar así de rebuscado, me sirvo de las palabras que la cultura me ofrece (así como también he decidido vestirme con lo primero que encuentre en la sección -moda de hombre- en el Éxito de Unicentro o de San Diego): alma, espíritu, espiritualidad, meditación, religión, el inconsciente colectivo de Jung. Y aún, en medio de este esfuerzo, temo estar alimentando un sistema moribundo, que devuelve cada cucharada, pues sabemos que el antibiótico es pretencioso y automedicado: querer buscar a Dios en la Teología es querer experimentar el amor de papá (o de mamá) buscando el pulso en las muñecas o en el cuello de los cadáveres que concede el mar o un río. A manera de referencia, quiero decirte, sin ahondar (porque podría naufragar), que Laura Lynne Jackson ha sido reveladora en tanto ha validado como una revelación de constante trascendencia esa manera de sentir que desde bebé considero propia. Con ánimos de resumen, al evidenciar que ya empiezo a tropezar de impaciencia, víctima de mi propio afán de decirlo todo (y ya asomándose por un rincón esas irresponsables ganas de utilizar los fragmentos teóricos de física cuántica que he logrado comprender), admito que toda mi vida, todo mi hacer, incluido el logrado como profe, no ha sido sino afinarme en torno a ese sentido de presencia. El incesante asombro es más indicio que secuela; "Hojas Sueltas", quizá la canción que más falta me hace cantar del repertorio de Insomnio en Aves, es lo más cerca que he estado de dar con una respuesta concreta, o al menos de cifrar mi fe: "de algo vivo, deberá brotar lo vivo". 

No hay comentarios:

Publicar un comentario